Novela

Antes del fin

Ernesto Sábato

31 enero, 1999 01:00

Seix-Barral. Barcelona, 1999. 189 páginas, 1.800 pesetas

Es éste un libro singular, el de un escritor que a sus casi 88 años, bucea en los hechos más relevantes de su existencia con el impulso de escribir algo parecido a unas memorias, aunque acabará trazando un alegato contra el mundo que hemos forjado, como un náufrago que entregue su botella al mar. Este escritor argentino, que presidió la Comisión que investigó los crímenes de las dictaduras militares de su país, que coordinó el informe que se conoce con su nombre, aunque se publicara con el título de Nunca más, nos confiesa terribles batallas interiores. No en vano se considera heredero de Dostoievski, de Kierkegaard, de Rimbaud. Escribe desde el sufrimiento. Y lo defiende. Sus lectores conocían las características de su pensamiento a través de su obra ensayística y narrativa, vertientes ambas de un proyecto único, breve y decisivo. Porque Sábato se inspiró en el pensamiento de los heterodoxos, reclamó la utopía desde un pesimismo radical e hizo, como Unamuno, Sartre o Camus, literatura del pensamiento. Ahora, aparece no el Sábato escritor, sino el hombre que Antes del fin dicta o escribe unas páginas desordenadas y confiesa sus temores, sus dudas metafísicas y hasta religiosas, su desolación ante la pérdida de sus seres queridos.
Si la primera parte del libro sigue, en parte, la estructura tradicional de los libros memorialísticos, poco a poco se desliza hacia la reflexión ética y panfletaria. Ha elegido su público: "Si, escribo esto sobre todo para los adolescentes y jóvenes, pero también para los que, como yo se acercan a la muerte, y se preguntan para qué y por qué hemos vivido y aguantado, soñado, escrito, pintado". Parte de la realidad vivida más cotidiana. Escribe "en medio del abatimiento y la desdicha... me dispongo a contar algunos acontecimientos, entremezclados, difusos, que han sido parte de ten-
siones profundas y contradictorias, de una vida llena de equivocaciones, desprolija, caótica, en una desesperada búsqueda de la verdad". Sus recuerdos, muy selectivos, no siguen un orden, aunque se detienen con más atención en la infancia: el recuerdo de una madre cariñosa y de un padre severo, al que teme. Le acusará de ser el causante de su tristeza, que nunca le abandonó, aunque admitirá también que forjó su voluntad y reconoce en él "un corazón cándido y generoso". Pese a la filiación europea, se considerará, como argentino, fiel a sus tradiciones, aunque considerará algunos de sus mitos con cierta ironía. Respecto al tango, por ejemplo, nos remitirá a la definición de Enrique Santos Discépolo, "un pensamiento triste que se baila". En esta zona autobiográfica nos conducirá hasta la escuela secundaria de La Plata, donde tuvo que permanecer interno, desgajado del ambiente familiar. Allí conocería a la que luego sería su esposa, Matilde, evocada siempre con delicadeza, aunque no oculta que llegó a abandonarla en París con su hijo pequeño en brazos en el muelle de embarque durante su etapa surrealista. En la Universidad de La Plata conocería a Pedro Enríquez Ureña y, más tarde a Raimundo Lida y Amado Alonso. Sin embargo, sus inclinaciones irán por caminos bien diferentes. Atraído por las matemáticas y la física tanto como por la literatura y la filosofía, ingresó en el Partido Comunista, pese a sus simpatías por el anarquismo y se vio obligado a pasar a la clandestinidad. A los 19 años, Matilde se decidió a unir su vida a la del futuro escritor. Y éste, enviado como representante de los comunistas a Bruselas y más tarde a la URSS, aunque dudando ya del estalinismo imperante, se escapó por su cuenta a París. No faltan dardos envenenados contra los escritores del "boom", hoy "empresarios de la literatura", cuando éstos lo acusaron de traidor al comunismo. Refiere, una vez más, sus éxitos como físico, sus trabajos bajo la supervisión de Mme. Curie, en París, que alternaría con los escarceos en el cenáculo surrealista de Breton. Tras pasar una breve etapa de reflexión en la desolada sierra de Córdoba (Argentina), junto a Matilde y a su hijo Jorge, donde conoció al que más tarde sería el Che Guevara, su vocación literaria quedó sellada. Defenderá al grupo de la revista "Sur", y a Victoria Ocampo, pese a que no quiso inicialmente publicarle su primera novela El túnel, que obtuvo un gran éxito en París, gracias a las gestiones y al apoyo de Camus. Reivindica la obra de Leopoldo Marechal y defiende la función social del peronismo (lo que le distanció de Borges). Su obra de creación se ha ido conformando frente a la inmensidad del caos que nos rodea, al tiempo que despertaban sus demonios interiores. Sábato arremete contra la economía de mercado, se muestra un ecologista implacable, defiende la búsqueda de la verdad. Pero en éste, quizá su último libro, lamenta la pérdida de su hijo Jorgito, de sus "abandonos a aquella mujer que dio su alma y vida por mi". Defensor de un pensamiento anarcocristiano, Sábato proclama en el epílogo, que titula "Pacto entre derrotados", una cierta esperanza en la juventud que ha de remediar la destrucción de nuestro planeta a muy corto plazo, según auguraba unas páginas antes. Los mártires de nuestro mundo son quienes sobreviven en la miseria. He aquí, pues, algo más que un libro: un testamento (lo es en ciertas páginas), un recordatorio, la vida y pensamiento de un hombre que convirtió su sufrimiento interior y sus ansias autodestructivas en un valioso material literario. Desde este tardío sufrimiento, solidariamente, intenta justificarlo.