Novela

Flores de fuego

William Kennedy

14 febrero, 1999 01:00

Traducción de María Coy. Destino. Barcelona, 1999. 465 páginas, 2.900 pesetas.

No resulta exagerado afirmar que lo que Faulkner representa para el Sur lo es William Kennedy para Nueva Inglaterra, pero esta novela no alcanza el nivel de las anteriores por su ambigöedad

F aulkner legó a la historia de la literatura no sólo un ramillete de excelentes novelas, sino también un singular espacio imaginario, Yoknapatawpha, donde sus personajes vivían y morían, amaban y sufrían. Uno de los logros de Faulkner reside en haber logrado tal mímesis entre personajes y espacio narrativo que resulta imposible imaginarse a los Sutpen o Snopes en otro lugar que no sea en el Sur. Y lo mismo está consiguiendo William Kennedy con su "Ciclo de Albany", hasta el punto que ya no resulta exagerado afirmar que lo que Faulkner representa para el Sur, Kennedy lo es para Nueva Inglaterra. En las seis novelas publicadas desde aquella primera Legs, en 1975, hasta Flores de fuego (1996), hemos ido conociendo toda una serie de tipos y personajes que se potencian precisamente al participar en más de una obra. No pretendo con ello decir que el lector neófito en la obra de Kennedy, al aproximarse por primera vez a ella, pierda parte del significado o de la intensidad dramática de la obra en cuestión, sino que tal vez no logre aprehender en toda su intensidad las consecuencias y derivaciones de los sucesos y acontecimientos narrados. Incluso para los seguidores de Kennedy la publicación de cada nueva obra nos obliga a un, digamos, replanteamiento del conjunto. Así por ejemplo esta Flores del fuego resulta ser el antecedente de Billy Phelan’s Greatest Game, publicada ni más ni menos que hace veinte años.
Los dos personajes que soportan el peso de la narración en  Flores de fuego resultan ser viejos conocidos, al haber sido "presentados" previamente en obras anteriores. Refresquemos la memoria: la heroína, Katrina Selene Taylor, era la amante de Francis Phelan en Ironweed -la novela más popular del ciclo, por la que recibió el Premio Pulitzer- ,y al protagonista, Edward Daugherty, lo conocimos en Billy Phelan’s Greatest Game -era el padre de Martin Daugherty. Pero todo ello es posterior; ahora los dos están enamorados. Edward, católico de origen irlandés, nacido en el seno de una familia humilde, pide en matrimonio a Katrina, protestante de origen inglés, miembro de una familia acomodada. Como pago de un favor que el padre de Edward hizo al abuelo de Katrina, la familia de ésta accede a pagar los estudios de Edward, pero admitirlo como un miembro más de la familia es algo totalmente distinto. Tampoco la familia de Edwards recibe con agrado la relación. Pero la recobrada disputa entre Montescos y Capuletos, -Daugherties y Taylors- no terminará en tragedia, a fin de cuentas Albany no es Verona, y los jóvenes harán realidad sus deseos. Edward llegará a convertirse en un prestigioso periodista y autor teatral provocando la envidia de su particular "Mercucio", Thomas Maginn, un colega a quien conoce desde la infancia y que no dudará en hacer cuanto esté en su mano para provocar la desgracia de Edward.
En el momento álgido de su carrera teatral, Edward invita a los Taylor a cenar en un restaurante, no tanto para celebrar su éxito como para demostrarles hasta donde ha llegado. Por desgracia, el hotel donde llevan a cabo su celebración arde y el padre y la hermana de Katrina mueren a consecuencia del fuego, incluso la propia Katrina resultará herida y, durante el resto de su vida, se autoinculpará del trágico final. Pero el desarrollo argumental de la novela no es, ni muchísimo menos, tan lineal y coherente como acaba de exponerse. Para empezar, la acción se sitúa en la suite de un hotel de Nueva York el 17 de octubre de 1908 donde asistimos al asesinato-suicidio de unos misteriosos personajes para retroceder bruscamente hasta septiembre de 1885 en Albany... y ésta será la tónica constante a lo largo de la novela, un continuo ir y venir durante un espacio temporal de casi 30 años (1884-1912). Además, los registros utilizados en la novela son diversos y van desde la narración y diálogos al uso hasta los recursos periodísticos y teatrales (pasajes de la representación del gran éxito teatral de Edward, Flores de fuego). También merece la pena ser destacado el giro, bien es cierto que implícitamente presente en novelas anteriores, respecto al tratamiento de las relaciones entre católicos y protestantes en Albany. Nunca antes Kennedy había sido tan explícito, llegando incluso a la ironía más mordaz, como cuando Edward "perdona" a la familia de su esposa por ser de origen inglés y protestantes.
Sin embargo Flores de fuego no alcanza el nivel de novelas anteriores. Tal vez ello sea consecuencia de la aparente ambigöedad del argumento, donde no terminamos de saber si lo que interesa a Kennedy es desvelar el asesinato-suicidio del inicio o profundizar en el alma de nuestros personajes y su compleja relación. Esta ambivalencia temática deja no pocas lagunas que bien pueden ser solventadas en obras posteriores -cada vez resulta más claro que el autor tiene perfectamente diseñado el mapa completo de lo que será el "Ciclo de Albany" en su totalidad- pero que de momento crea un cierto desasosiego. No sería justo pasar por alto sin mencionar la excelente traducción de María Coy, que logra recrear no sólo el sentido, sino también el espíritu de la novela.