Novela

La vaca

Augusto Monterroso

7 marzo, 1999 01:00

Alfaguara. Madrid, 1999. 149 páginas, 1.700 pesetas

Tras la erudición y la ironía, al finalizar el pequeño libro el lector puede haber descubierto al hombre que aparece tan tímidamente en estas páginas

E l escritor guatemalteco Augusto Monterroso (1921) es universalmente conocido por haber escrito el relato más breve en lengua española (no sé si ha sido ya superado). En todo caso, su récord debe entenderse como una anécdota, aunque significativa, ya que su obra hasta hoy puede considerarse también escasa, dado el número de libros publicados, y su deliberada brevedad. La vaca tampoco puede entenderse como un libro de relatos, sino como una serie de ensayos literarios que contienen rasgos próximos al cuento. No debemos considerarla como una obra "de ficción" en el sentido estricto, aunque trata específicamente de ella. Resulta una forma híbrida o fronteriza de géneros aparentemente muy distanciados. Con todo, tras la erudición, cuando la hay, la ironía, la "agudeza y arte de ingenio" casi gracianescas, al finalizar el pequeño volumen el lector puede haber descubierto, asimismo, al hombre que aparece tan tímidamente en éstas y en anteriores páginas, tal vez la figura interpuesta de la que se sirve el autor, por lo que estos ensayos, teñidos de relato, contienen reveladoras formas autobiográficas, primeros planos que nos acercan a la labor del escritor en algunas etapas de su vida.
El ensayo, utilicemos esta fórmula para entendernos, que abre el volumen y que da título al libro se inspira en una frase de Maiakovski, aunque Monterroso aproveche la oportunidad para aludir también, entre otras fuentes, al cuento de Clarín, "Adiós, Cordera", una de sus reconocidas influencias sentimentales. Los veinte textos aquí reunidos poseen una entidad diversa. Por ejemplo, del titulado "Premio Juan Rulfo" hubiera podido prescindirse. Son las palabras de compromiso que pronunció el autor a la entrega del premio, donde elogia a sus anteriores ganadores y da las gracias. El de mayor ambición es el titulado "El otro Aleph", que constituye un curioso homenaje a Borges. El autor descubre que un posible precursor del aleph, entre otros que irá desgranando, se encuentra en La Araucana, de Alonso de Ercilla. El explícito homenaje a Borges permite manifestar, asimismo, algunas de las claves de este libro fundamentado, como el del maestro argentino, en lecturas. En sus páginas podemos descubrir también su opinión sobre el género cuento, cuya preferencia, en su obra, es harto evidente. Su incursión en el ámbito de la novela ha sido mucho menos feliz. En "El árbol", por ejemplo, nos da la clave del presente libro. Para salvar el género recomienda disfrazarlo: "de poema, de meditación, de reseña, de ensayo, de todo aquello que sin hacerlo abandonar su fin primordial -contar algo-, lo enriquezca y vaya a excitar la imaginación o la emoción de la gente. En pocas palabras, ni más ni menos que los buenos cuentistas han hecho en cada época: darle muerte para infundirle nueva vida". En "La mano de Onetti" podemos advertir otras opiniones. No puede faltar la ironía personal sobre su propia actividad creadora. Pero, ¿y Onetti? El autor recuerda que en 1967, en su casa, acarició la cabeza de su hijita. He aquí todo el argumento que ha necesitado para escribir poco más de dos páginas. Otro de los textos reveladores es "Memoria de Luis Cardoza y Aragón".
Este breve, ameno, sugestivo y clasificable libro finaliza con una confesión que dice mucho a favor del asilado mexicano: "Aquí tengo familia, tengo mujer y tengo hijos; y tengo amigos, cada vez menos, porque las amistades se desgastan, desaparecen o se van concentrando en unos pocos que, a su vez, empiezan a ver las cosas del mismo modo, es decir, con nostalgia, porque la vida está acabando y es mejor irse despidiendo en vida, sin decirlo, simplemente dejándose de ver, de llamar, de amar". ¿Qué más puede uno decir, Tito, después de haber sufrido estas hermosas y definitivas líneas?