Novela

Cuentos con gusano dentro

Alonso Zamora Vicente

14 marzo, 1999 01:00

Bitzoc. Palma de Mallorca, 1998, 146 páginas, 1.950 pesetas

Alonso Zamora, que escribe con una precisión y un garbo envidiables, ha volcado su esfuerzo en ofrecer una imagen artística del habla coloquial

A lonso Zamora Vicente es sobradamente conocido por lingöistas y filólogos desde hace muchos años. Sus numerosos trabajos, que abarcan desde los estudios dialectales hasta la elucidación de aspectos esenciales en el esperpento valleinclanesco, disfrutan de una justísima estima. Pero no comparece aquí por estas tareas, sino por su otra faceta, la de narrador, igualmente fecunda y dilatada, ya que su primer libro en este terreno data de 1955, y hay una decena larga de volúmenes de esta naturaleza hasta llegar al que ahora nos ocupa. En 1967, el autor ingresaba en la Real Academia Española con un memorable discurso sobre Luces de bohemia y, en su contestación, Rafael Lapesa se refería a los cuentos y narraciones breves del nuevo académico como relatos "donde la acción, mínima, se limita al encuentro y contraste de personajes vulgares", caracterización rigurosamente exacta que sirve para este volumen. Pocos años más tarde, en 1973, la revista "Papeles de Son Armadans" dedicaba un número monográfico a Zamora Vicente, sobre cuya obra literaria escribían, entre otros, Charles V. Aubrun, Rafael Lapesa y Emilia de Zuleta. Todo este sintético y apresurado preámbulo tiene como fin subrayar la temprana estima que los relatos de Zamora Vicente suscitaron en ciertos sectores cultos. Acaso el lugar secundario que, frente a la novela, suele ocupar el cuento en el mundo editorial y también entre los lectores ha limitado el conocimiento del Zamora Vicente narrador. La mediación de la publicidad -o su ausencia- produce exaltaciones o silencios sin relación forzosa con la calidad artística.
Cuentos con gusano dentro reúne una veintena de relatos que son otras tantas muestras de discurso oral. El título aprovecha un giro coloquial que servía en los años de la posguerra -como advierte el autor- para referirse a los taxis ocupados. Y, en efecto, todos estos cuentos están "ocupados" por la figura del autor, que deambula esquivo y de refilón por este tablado de seres vulgares y parlanchines y al que casi siempre se alude evasiva y humorísticamente: "Ese jubilado que se ha venido a vivir al pueblo [...], don Alonsito, el que pasa por académico" (pág. 12); "ese académico que se ha ido a vivir a San Sebastián de los Reyes" (pág. 26); "tienen nombre de provincia, o de pueblo... Está jubilado y a veces escribe en los periódicos" (pág. 32); "don Vicente Alonso, un jubilado que vive en el sotabanco de mi casa... ¡Se las da de académico!" (Pág. 58); "el viejales ese de la calle de las Cercas, que es académico" (pág. 63); "un tal Vicente, o Alfonso, un viejales que se ha venido a vivir aquí, huyendo, eso dice, del humo y del ruido de Madrid" (pág. 79); "un piernas que se hace pasar por académico [...] y es un descamisado pobretón" (pág. 103). En torno a ciertas anécdotas mínimas, los personajes hablan y hablan irrestañablemente. Son diálogos, convertidos a veces en monólogos por la omisión de las réplicas de un interlocutor, que recuerdan a menudo la inagotable fluencia verbal de algunos personajes clásicos, desde ciertas mujeres del Corbacho, del Arcipreste de Talavera, hasta los tipos más descarados de La lozana andaluza o de La pícara Justina. Si, como dialectólogo, el autor ha dejado constancia de la existencia de formas lingöísticas condenadas a desaparecer, contribuyendo así a salvarlas del olvido, como escritor se preocupa sobre todo de recoger y fijar las estructuras idiomáticas y la fraseología propias de la expresión oral, tal móvil e inestable por naturaleza. En este menester, lingöista y narrador no se diferencian esencialmente. Zamora, que escribe con una precisión y un garbo envidiables -léanse como simple muestra el prólogo antepuesto a esta recopilación-, ha volcado su esfuerzo en ofrecer una imagen artística del habla coloquial, no sólo, como afirma, "astillando las frases cada dos por tres" (pág. 6), sino extremando la sufijación apreciativa (ladito, pequeñuca, poyetón, apostita, milloncejos, quisicosillas, tercorro, memorieja, grasuza, bondadosón, livingazos, chuchánganos, jubiladón, etc.) Y acudiendo a un léxico popular que, en algunos casos, ha perdido ya hoy, entre los hablantes jóvenes, buena parte de su vigencia: naturaca, diñarla, tener quinqué, pitima, monises, barbiana, etc. De hecho, dos formas que se utilizan aquí con frecuencia -naturaca y soleche- fueron objeto de sendas notas aclaratorias por parte del propio Zamora en su edición de Luces de bomenia (1973), indicio de que ya entonces se le antojaban a nuestro autor poco familiares para el lector medio.
Tal vez la densidad de formas coloquiales, muchas de ellas marcadamente madrileñas, que invade estas páginas sea en algún momento excesiva, y también la coexistencia de ciertas formas en el mismo sujeto. Así, es poco probable que, en la realidad, un personaje que dice "guay", "pastón" y "molan la mar" diga igualmente "monises" y "el desideratum, o sea, el novamás" (págs. 56-57), que son propias de otra generación de hablantes. Pero siempre puede aducirse que estos discursos tienen más de recopilación antológica que de calco sometido a una estricta sincronía idiomática. Y cuando los registros coloquiales se empobrecen bajo la aplastante vulgaridad uniformadora del chato español televisivo, bueno es que una corriente de aire fresco nos devuelva el recuerdo de un idioma más rico, más espontáneo, menos acartonado y raquítico que el que oímos en la calle. He aquí el suculento botín que el lector podrá extraer de estas páginas.