Novela

Microcosmos

Claudio Magris

14 marzo, 1999 01:00

Traducción de J. A. González Sáinz. Anagrama. Barcelona, 1999, 322 páginas, 2.400 pesetas

Microcosmos es un texto lleno de observaciones muy precisas, en el que el aforismo convive con la nostalgia, y el poema con la reflexión. Libro de libros, es la unidad y variedad del mundo lo que respira en él

M ucho antes que Rilke, Propercio hizo de la elegía un espacio de la revelación. Claudio Magris lo hace del Café San Marcos: de su "humo estancado" de su tablero de ajedrez convertido en "lugar de la escritura" y de sus parroquianos vistos como metáfora de un viaje hacia ninguna parte. Trieste es, en Magris, presencia y ausencia a la vez. De ahí que su prosa no sea una novela -río sino una memoria-magma, sostenida en lo que llama "la coherencia de la fragmentariedad", en la que "el yo del narrador" es el hilo que une las personas, los nombres, los espacios, los tiempos. El yo del narrador es aquí el protagonista, pero no porque hable de él sino porque habla de otros y de lo otro: de lo que fue y de lo que es, de lo que está siendo y de lo que ya ha sido. Y todo ello, engarzado en una perspectiva que, si a algo se parece, es a lo que Gracián llamaba "el ojo de Dios". No es casual que Magris aluda a ello, aunque no lo cite. Ni es casual el simultaneísmo barroco, más que vanguardista, en el que flota no el ambiente del libro sino su estructura, su punto de vista y su realidad.
Microcosmos es un texto magmático, lleno de observaciones muy precisas, en el que el aforismo convive con la nostalgia, y el poema, con la reflexión. Libro de libros, es la unidad y variedad del mundo lo que respira en él: los distintos espacios de un solo y mismo tiempo y los distintos tiempos de un espacio que es y no es el mismo cada vez. Hay frases que son versos, y palabras que son como "un murmullo prenatal que se sume en lo no-hablable". Sólo Broch, Musil, Jönger y Canetti han logrado una prosa tan precisa y tan poética a la vez. Magris los continúa en esta catedral, que es Microcosmos, en la que las cosas, y no sólo los hombres, parecen hablar y hasta los vientos dicen, porque ellos son "los caprichosos arquitectos del paisaje". Pero no son los únicos que hablan: lo hacen también las tabernas y las iglesias, los objetos minúsculos y el tiempo detenido, como una lámina, en los espejos de bares y cafés. Todo está aquí "casi aún más acá de lo decible": en el silencio, que es el lenguaje de las cosas, y en el viaje que la memoria hace a cuanto queda de él. Magris se mueve por el territorio de un concepto llamado "Centroeuropa" y proyecta todas sus contrarias e, incluso, a veces, contradictorias referencias como único modo de entenderse con él: usa la antropología cultural como método, el caso de Medea como símbolo, la idea de civilización como meta y echa de menos un país y un estilo más civil. En este fin de siglo, en el que los nacionalismos son menos una amenaza que una peste, explica que "Tal vez el único modo para neutralizar el poder letal de las fronteras es sentirse siempre de la otra parte y ponerse siempre del lado de la otra parte".
El malestar de la civilización late en los distintos ejemplos que aportan estas páginas, y episodios históricos concretos reciben, gracias a la inteligente presentación que hace su autor, no sólo un nuevo tratamiento sino una actual reinterpretación. "La civilización moderna -afirma- está marcada por (...) huidas que recalan en un absoluto lo análogo al vacío". Pero, antes que nada, está "la palabra que funda y crea la realidad, y Magris navega por los límites que forman su misterio y se siente atraído por lo que emerge "puro de la oscuridad". Prosa de descripción y pensamiento, Microcosmos no deja de ser un profundo análisis de las aguas del Ello en la orilla del yo, y no renuncia ni a la seguridad que ofrece la cultura ni a la necesidad de tener bien amueblada la cabeza. El lirismo del tono no impide que haya en él experiencia y sentido europeo de la historia y que el sentimiento del tiempo vaya unido a una rigurosa reflexión. Las páginas dedicadas al latín son excelentes, como lo es su reivindicación de "la objetividad de lo real en un siglo de pirandellismos".
Magris es un maestro del nexo y del engarce y pasa de una cuestión a otra casi sin movimiento: como siguiendo un ritmo no ya lógico sino natural. Salta así de la germanística italiana a lo que por Italia ha hecho el Piamonte y se mueve por los lugares y las épocas como si estuviera apostado allí de observador. La traducción es correcta y, en momentos, brillante, pero ha de ser revisada en algunos detalles de terminología y de sintaxis: sobre todo, en las páginas 29, 78, 81, 94 y 184. Microcosmos, en contra de lo que su título sugiere, no es un mundo contracto sino alta literatura en un tiempo en el que predomina lo inferior. Tal vez por eso, su autor sostiene que "la Razón tiene, a menudo, un reverso inquietante". Magris nos lo ha mostrado y, con él, el del difícil mapa político de Europa.