La mujer del maestro
Guillermo Martínez
21 marzo, 1999 01:00Es ésta una lectura tan rica en matices como callada en alardes expresivos, tan llena de ideas sobre la realidad de la creación como atenta a desentrañar la soledad del creador
Es posible que el nombre del argentino Guillermo Martínez (1962) no les suene, aunque detrás de esta novela esté otra (Acerca de Roderer), y otros dos libros de cuentos (La jungla sin bestias e Infierno grande) merecidamente premiados para quien desde la península de las matemáticas ha hecho un aterrizaje nada desestimable en el bosque de las letras. Es posible porque ha hecho una entrada discreta, multiplicando las posibilidades que dejaron entrever los primeros escritos. En ellos fue ejercitando una concepción diferente y exigente de la creación, armándose de un estilo personal, eficaz en la sobriedad de sus medios expresivos, original en el trazado de sus composiciones y de una extraordinaria agudeza en la exhibición de ideas sobre las que toman cuerpo las tramas de sus novelas.Lo que no es posible, en cambio, es que este título deje indiferentes a lectores avisados de la mejor tradición universal. No, no nos referimos a la obra de Bulgákov, El maestro y Margarita -una de las grandes joyas de la literatura rusa de nuestro siglo-, aunque también trata éste de un escritor y una mujer casada, y también seduce con la elocuencia de un esquema narrativo al que se somete y del que se hace cómplice una discusión sobre el creador y su creación. Pero aquí no es el "Maestro" quien se enamora, sino el joven recién llegado a la literatura; y es de la mujer del escritor a quien más admira. Y es Henry James quien está en medio, sin duda y sin que exista ningún afán de ocultar la evidencia de que es a ese maestro a quien se rinde la brillante composición de esta novela. Al difícil y sugerente trazado de acciones simétricas, esbozadas a través de acertadas elipsis temporales; a los insinuantes retratos femeninos, breves y suficientes para evidenciar las huellas de conflictos nunca enunciados; a esos finales en los que la acción queda suspendida por un remolino de sugerencias...
Al magisterio de ese título -La lección del maestro- en el que bebe uno de los motivos temáticos de este libro, el del escritor consagrado, cansado de pelear con la soledad de su grandeza, recomendando a su discípulo alejarse de esa forma de esclavitud. De otro modo -de un modo, en ocasiones, algo abusivo- circula por La mujer del maestro un largo elenco de referencias literarias de las que se muestra deudor el estilo del escritor. Pero nada de esto achata sus pretensiones que, por lo demás, nos regalan con una lectura tan rica en matices como callada en alardes expresivos, tan llena de ideas sobre la realidad de la creación como atenta a desentrañar la soledad del creador. Y quede claro que no se trata, sobre todo, de una discusión sobre las grandes cuestiones del arte de crear. La novela cuenta una historia de amor, llena de rasgos veraces y humanos. Cuenta, además, y con un asombroso dominio de la simetría temática y estructural, la de un escritor que vive al mismo tiempo el triunfo de su primera novela y la gloria a la que arrastra estrenarse en el Parnaso literario, y el nacimiento de esa pasión cuyo objeto es nada menos que la mujer del "único escritor argentino que admiraba": su maestro.
Que también cuenta en esta historia porque, aunque entra en ella tarde -en eso coincide con el de Bulgákov- propicia el careo de dos actitudes ante la literatura, trae consigo la sustancia de diálogos que parecen llenos de intenciones oscuras, le muestra a su joven discípulo lo que hay "fuera de sus libros" y le desvela el secreto que sellará el plan de toda la obra de este maestro: un nuevo -y nada corriente- escenario para una nueva versión de Prometeo rebelándose contra su fin. O la historia de "un hombre desnudo en su hora final". Juzguen ustedes. No diremos más. Porque no se deja encerrar en cuatro frases una composición tan inquietante, tan elocuente y sobrecogedora.