Novela

No es elegante matar a una mujer...

Raúl del Pozo

28 marzo, 1999 01:00

Planeta. Barcelona, 1999. 216 páginas, 2.400 pesetas

Del Pozo adopta el modelo de la serie negra para adentrarse en la investigación de un crimen cometido hace tiempo y así exponer algunas íntimas consideraciones acerca de los cambios operados en
el tiempo transcurrido

P eriodista de prestigio, Raúl del Pozo es también novelista con dedicación tardía. Pero en los últimos años dicha faceta se ha impuesto entre los quehaceres habituales del autor. Pues ésta es ya su cuarta novela, y todas se han publicado en los 90. En esta última entrega Del Pozo adopta el modelo policiaco de la serie negra para adentrarse en la investigación de un crimen cometido hace tiempo en Madrid y, con tal motivo, exponer algunas íntimas consideraciones teñidas de nostalgia y desengaño acerca de los profundos cambios operados en el tiempo transcurrido. De tal manera que, como en otras narraciones españolas del mismo género debidas a Vázquez Montalbán, Pedro Casals o Juan Madrid, esta novela constituye un valioso puente que comunica la construcción de una intriga que arrastra la atención del lector con la revisión más o menos explícita de la historia inmediata en determinados ambientes.
La historia novelada en No es elegante matar a una mujer descalza es muy sencilla. En el trastero de una vivienda madrileña aparece el cadáver casi momificado de una mujer muerta hace unos veinte años. Antes de que el delito haya podido prescribir el Jefe de Homicidios rescata a un policía de probada solvencia que abandonó el cuerpo a causa de un expediente y ahora vive disfrazado de alabardero en un restaurante del viejo Madrid para turistas que se emborrachan con sangría. éste será el encargado de la investigación. Amparado en sus iniciales con marca de whisky, JB (Juan Belalcázar) se comporta como un detective singular. Aplica la teoría de la cebolla, que manda ir descubriendo capas hasta llegar al bulbo central. Así se va recomponiendo la cadena de sucesos y de personajes implicados en la historia. La misteriosa mujer muerta era Dúrsila Nézval, una exiliada checoslovaca, confidente y ligona mezclada en líos amorosos desde su matrimonio con un viejo reportero hasta sus encuentros clandestinos con un antiguo militante de la progresía madrileña aficionado a perversiones sadomasoquistas. Como suele suceder en los modelos de la novela negra norteamericana y en el cine, al final todo se aclara por medio de la explicación policial a cargo de JB. Aunque un último quiebro de la ironía autorial descubra que el esclarecimiento de los hechos y la identificación del culpable pueden haber resultado inútiles.
Con ser esto así, al menos en sus consecuencias judiciales, la investigación no ha sido gratuita. Porque la relación de dos épocas separadas por veinte años, desde diciembre de 1978 en que se cometió el crimen hasta la actualidad en que se sitúa el presente narrativo, constituye el trampolín para saltar de una intriga interesante, con crimen, investigación policiaca y aclaración definitiva del misterio, a otras reflexiones de naturaleza bastante más grave. Por detrás del narrador omnisciente asoman con frecuencia el desengaño y la melancolía del autor implícito ante tantos cambios introducidos por un progreso deshumanizado y la imposible recuperación de tantos momentos vividos en aquellos buenos tiermpos cuando el futuro se percibía con inseguridad pero nada estaba aún perdido. En este sentido el paso del tiempo y sus consecuencias tanto en lo individual (nostalgia de las antiguas redacciones y los viejos reporteros) como en su alcance colectivo (cambios sociales y políticos) constituyen el auténtico núcleo temático de esta novela. No se olvide que 1978 es el año emblemático de la Constitución española; que muchos fachas se han disfrazado en la democracia y no pocos revolucionarios se han aburguesado. Para ofrecer de todo ello su testimonio novelado Raúl del Pozo ha compuesto una intriga en dos tiempos anudados mediante la figura de un detective peculiar por su victoria en la vuelta ciclista a Vallecas, su afición al Atlético de Madrid y sus visitas al Cristo de Medinaceli. Y de paso ha completado su visión de la novela negra madrileña con la herencia de la picaresca, de Baroja y aun de Valle, en un relato cálido y cruel escrito con nervio, en un estilo ajustado en sus diversas modulaciones que incluyen hasta las voces de germanía.