Novela

Tiernos y traidores

Susana Fortes

28 marzo, 1999 01:00

Barcelona. Seix Barral. 1999. 222 páginas, 1.900 pesetas

L a tercera novela de Susana Fortes (Pontevedra, 1959) ofrece características muy similares a la anterior, Las cenizas de la Bounty (1998): idéntico gusto por historias reconstruidas a medias, confesiones en primera persona, mayor atención a la introspección psicológica que al relato de acciones, pasajes con marcados rasgos poéticos, veteados de citas encubiertas, y, en fin, cierta morosidad que aproxima en algunos momentos la narración a los cuadros un tanto estáticos de la llamada "novela lírica". Tiernos y traidores evoca la historia de una amistad entre adolescentes interrumpida por un suceso trágico. Inés vuelve a su ciudad natal, dieciocho años después de abandonarla, y el encuentro con sus antiguos amigos, Martín y Byron, desencadena los recuerdos. Obedeciendo a la indicación de Inés, cada uno de ellos escribe en una libreta su versión de los hechos. Lo cierto es que la ficción de la libreta era innecesaria y poco creíble. Bastaba con haber ofrecido, como se hace, los capítulos en que alternan las tres voces -cada una en primera persona-, a manera de monólogos o reflexiones íntimas, lo que habría evitado, además, la incongruencia de que en las páginas de Martín abunden las formas apelativas propias del discurso oral ("disculpe que me dirija a usted", pág. 23; "¿sabe?", pág. 24; "tendría usted que haber visto", pág. 45, etc.), inadecuadas en un relato escrito. Martín actúa como el Andrés de Las cenizas de la Bounty, sólo que aquel se dirigía al psiquiatra y en este caso no consta nada parecido.
La vuelta al lugar de la infancia y la adolescencia es un planteamiento ya clásico en la literatura narrativa y en el cine. En nuestra novela reciente hay un ejemplo muy parecido: el de Mar de los espejos (1998), de Juana Salabert, obra con la que Tiernos y traidores mantiene curiosas -y sin duda fortuitas- analogías. Y tampoco es novedosísima la historia de los adolescentes deslumbrados por un profesor, y la quiebra de las relaciones entre ellos como consecuencia del nacimiento de un nuevo lazo afectivo. Pero ya he señalado en otra ocasión, y ahora puede ratificarse, que lo interesante de la literatura de Susana Fortes no son las historias narradas, sino el lento buceo en sensaciones imperceptibles o en estados de ánimo fundidos con un paisaje a menudo lluvioso y crepuscular, en la anotación minuciosa de sentimientos matizados y no tanto de acciones. Los vínculos de la historia con una realidad posible tienen siempre fisuras: ciertas explicaciones de "Lancelot" en clase son impensables en un curso de bachillerato, y tampoco es creíble -porque ésta no es una novela victoriana- la reacción suscitada en el Instituto por la carta anónima, ni la acampada que se narra. Incluso los dieciocho años transcurridos entre los hechos evocados y su rememoración no autorizan a contemplarlos con la lejanía que aquí se pretende. Si se aplicase a Tiernos y traidores un estricto criterio de verosimilitud no resistiría fácilmente la prueba. Más sólido es su entramado verbal, su visión casi poemática del tiempo perdido, del final de la adolescencia, truncada por una muerte que representa el cierre definitivo de una época en que todas las ilusiones imaginables parecían posibles. La trágica desaparición de "Lancelot" y la renuncia de "Byron" -nótense los apodos- a la literatura marcan desoladora y significativamente el final de la edad dorada.
Ya queda dicho que la escritura de Susana Fortes es su mejor crédito. No se halla libre esta novela de usos desaconsejables, como el de "libro" por "ejemplar, volumen" (pág. 95), "remarcar" (pág. 215) con el valor francés de "acentuar, intensificar", o "retomar la escritura" (pág.164) por "continuar, ranudar". Aunque la prosa aparece más contenida que en la novela anterior, también se desliza algún símil un tanto hueco: "Había visto sus ojos de odio en el autobús de regreso, su mirada negra vibrando durante todo el viaje como si tuviera dentro de la cabeza el temblor reconcentrado del combustible" (pág. 163). Y hay un uso inerte, una muletilla vacía que corre por ahí y que ha contagiado esta prosa, por lo demás de notable factura: el giro "de alguna manera", que casi nunca quiere decir nada y que aquí se cuela demasiadas veces: "Camino (...) como si, de alguna manera, al regresar me convirtiera..." (pág. 36); "tenía la adicción, de algún modo, controlada" (pág. 84); "de algún modo, podría decirse que todo empezó un viernes de febrero" (pág. 110); "me había encaminado hacia la emisora, pero de alguna manera (...) busqué con cierta desesparación un bar..." (pág.190; otros casos en págs. 88, 97, 137, 156, 215, etc). Está visto que, para protegerse de los tics imperantes que políticos e improvisados oradores difunden mortificando la radio y la televisión, es imprescindible no bajar la guardia, porque el peligro acecha aun a los más precavidos. Si estos deslices -fácilmente subsanables, por otra parte- no mancillaran unas páginas tan tersas, calificaría la prosa de Susana Fortes de excelente. Y lo es -y podrá ir a más, sin duda, como acredita la sobriedad de esta novela con respecto a la anterior-, pero todavía con reparos.