Novela

Memorias de una Geisha

Arthur Golden

20 junio, 1999 02:00

Traducción de Pilar Vázquez. Alfaguara, 1999. 551 páginas, 2.850 pesetas

"Memorias de una geisha" está batiendo récords de permanencia en las listas de superventas estadounidenses y conquistando lectores en veintiséis idiomas. Pronto llegará a la gran pantalla convertida en la película más deslumbrante de Steven Spielberg". Si nos atenemos a estas líneas publicitarias que la editorial ofrece en la contracubierta, estamos ante la epifanía de un best-seller conseguido con la primera novela de Arthur Golden, un licenciado en Historia del Japón que ha vivido y trabajado en Tokio durante años.
Que la novela esté alejada, en apariencia, de las recetas del best-seller al uso, quiere decir que éste, más que un género literario, es un conglomerado de géneros dispares y estilos heterogéneos unidos, sociológicamente, por el éxito de ventas. Este encuadre permite dividir finalmente el fenómeno de masas de su antagonista, el campo literario serio, la buena literatura. Esa que aspira al reconocimiento crítico, único camino del autor hacia la acumulación de "capital simbólico" del que habla Pierre Bourdie, para dilapidarlo en cuanto las minorías enteradas lo ensalcen como un valor editorial seguro y esté dispuesto a hacer méritos como "autor de superventas".
Desde el punto de vista literario, la novela de Arthur Golden se inscribiría en esa zona de nadie en la que la "midcult" reparte suerte y acoge aquellas novelas que los universitarios consideran banales pero encantadoras y los media algo extemporáneas y fascinantes, todo un test para un mercado que trata de controlar los nuevos aires del tiempo. Algo casi imprevisible, como ha sucedido con "Memorias de una geisha", de la que puede decirse que su autor ha conseguido elaborar un producto que puede interesar, incluso apasionar, a todo tipo de público de cualquier país, con un tema conflictivo, como es la esclavitud de la mujer. Mérito indudable, pues esta narración realista de la vida de una niña, en el periodo de entreguerras, desde su infancia y venta a una "okiya" de Gion para ser educada como geisha conforme a a las viejas tradiciones, hasta la conclusión de su azarosa vida en Nueva York, ya en la senectud, ha conseguido captar la atención del público masivo y la crítica periodística gracias a su capacidad para recrear el melodrama en clave exótica, como ya lo hizo Pearl S. Buck en Viento del Este, viento del Oeste. El indudable acierto de la novela es narrar, en forma de memoria biográfica, la vida íntima de una geisha, tema cultural orientalizante que descubre, desde el punto de vista occidental, la fascinación por un mundo altamente ritualizado, aquí banalizado lo suficiente para interesar al lector ansioso por descubrir esa verdad inquietante que siempre se les sustraía sobre las geishas: mitad sacerdotisas de un arte ritual, mitad prostitutas. Un mundo que, en sí mismo, siempre ha despertado la pasión morbosa del occidental. Que la novela esté escrita con corrección y esmero no excusa la falta de elipsis, de ahí la prolijidad de su planteamiento, demasiado centrado en la educación de la nueva geisha y el paulatino descubrimiento de ese nuevo mundo. El autor se desvive por narrar, con todo lujo de detalles, los pormenores de un dibujo del kimono o las diferencias del arte de la danza "inove", surgido del teatro Noh, un arte protegido por la corte imperial, y la danza "potocho", derivada del teatro "Kabuki", forma teatral moderna de corte popular. A la postre, de lo que se trata es de recrear con sencillez y pintoresquismo la iniciación ritual y refinamiento oriental de una geisha, icono seductor inigualable para los japoneses ricos y continuadora de una industria de lujo en la tradicional cultura japonesa. El gólgota de la educación de esta joven, repleto de castigos físicos, deudas astronómicas que atan a las geishas de por vida a la "okiya", rivalidades, además de una obediencia ciega, es un camino de perfección doloroso de corte feudal fascinante pues es aquí, en la pormenorización de este sufrimiento ritual, absurdo, brutal y alejado de la mentalidad moderna, donde el lector encuentra el lenitivo del "temor y la piedad" que procura todo folletín que se precie. Eso confiere a la narración un toque ingenuo, voluntariamente sentimental, sobre todo en la iniciación de la protagonista, a sabiendas de que quien cuenta la historia es una mujer experimentada. A veces, la "información" está escasamente literaturizada y se nota postiza a la narración, como disgresiones antropológicas o costumbristas que el autor considera necesarias para la recreación del fascinante mundo de las geishas. Por otro lado, eso le da a la novela un tono serio e informado, como corresponde a la idea que el lector medio se hace de su autor, un especialista en arte japonés e Historia del Japón muy culto. El súbito éxito multitudinario puede encontrarse en la juntura de la narración vulgarizada del mundo tradicional de las geishas y un estilo cursilón, "pompier", con tendencia a los excesos poéticos ajaponesados monos. En este aspecto, como producto cultural estandarizado, la "chinoiserie" tiene algo de "manga" por la insistencia en ese reduccionismo japonizante que ha ayudado sin duda a su comercialización en el mercado popular.