Novela

Lola

María de la Pau Janer

25 julio, 1999 02:00

Traducción de M. Trías. Premio Ramón Llull 1999. Planeta. Barcelona, 1999. 381 páginas, 2.200 pesetas

C on media docena de títulos novelescos -intercalados entre la docencia universitaria y una activa vinculación con la Prensa cultural-, un repetido reconocimiento en las letras catalanas y el premio Ramón Llull 1999, logrado por esta última novela, se consolida la firme trayectoria de esta joven escritora mallorquina, María de la Pau Janer. Y con él, el salto al castellano -de la mano de una buena traducción de Margarida Trías-, la posibilidad de conocer de cerca su habilidad narrativa y de disfrutar de una historia intensa y extensa, que se lee de un tirón por su estilo sencillo y el tono intimista, envolvente y humano, levantada sobre dos protagonistas cada vez más presentes y con mayor relieve en los últimos años de nuestra narrativa: paisaje y memoria.
El paisaje físico, vivido y evocado; el escenario de vivencias que no pueden subsistir fuera de él, generalmente aliado a la primera experiencia de la vida. La memoria negándose a retocar su recuerdo, pujando por que no se extingan las imágenes impresas en la morfología de esa geografía que se resiste a que el tiempo la convierta en otro lugar, en otra cosa. Con ambos, erigidos en fuerza poética de la sustancia argumental, levanta la autora el trazado de una original composición. Se trata de una arquitectura sutil, esbozada sobre estas dos fuerzas, espacio y tiempo, sugerida como un juego de líneas verticales y horizontales. Las primeras dibujan una escena tomada por la quietud y el ritmo tranquilo de un paisaje isleño. Las segundas lo atraviesan en sentido horizontal, representan la flecha del tiempo señalando la recta obligada del pasado al presente. Son estas dos coordenadas, imprescindible referencia en cualquier historia, las que respaldan aquí, el planteamiento del conflicto; entre dos geografías irreconciliables, la de la memoria y la que resulta de ésta asomándose a la verdad, que es la real; entre dos tiempos reñidos, el del recuerdo varado y el de la realidad cambiante. Porque es imposible pretenderlos inamovibles y disociados, y en este relato cada uno existía separado del otro sólo en la mente de algunos de sus personajes. Hasta que se impuso el peso de lo inesperado.
Mallorca es el lugar escogido para llevar adelante esta representación que, con ciertos visos de intencionada teatralidad, se desarrolla en cinco partes concebidas como los actos de un argumento al que se van incorporando los personajes necesarios para su resolución. Cuenta un regreso y un reencuentro, el de águeda, con sus primos Pau y Jaume, después de 20 años de distancia de su lugar de nacimiento. El presente ha transformado la casa familiar en un hotel de turismo rural que sirve de apeadero a quienes anhelan la quietud que en él se respira. Lo regentan pau y su mujer y en ese invierno por el que se extiende la trama están algunos habituales: una pareja de actores, la visita inesperada de unos amigos, y un pintor. El único que parece convencido de la capacidad curativa del olvido. Porque Pau vive obsesionado por imágenes antiguas, por la mujer de una fotografía del pasado. Y Guillem, que entrará en escena más tarde, busca, a su manera, prolongar la realidad de un recuerdo fijo. ¿Y Lola? Ella es otra historia en esta historia. La razón de un misterio circular. Sin otra solución que la de asumir que la memoria es una batalla perdida y los recuerdos son papel mojado.