Novela

A la caza del último hombre salvaje

Ángela Vallvey

24 octubre, 1999 02:00

Emecé. Barcelona, 1999. 222 páginas, 1.500 pesetas.

ángela Vallvey (Ciudad Real, 1964) ya ha demostrado tener una voz poética propia y convincente (Capitanes de tinieblas, El tamaño del universo) y una gran habilidad para desentrañar las preocupaciones del público adolescente (en novelas juveniles como Kippel y la mirada electrónica o Vida sentimental de Bugs Bunny). La autora tantea ahora las largas distancias con A la caza del último hombre salvaje, su primera novela para adultos, una mirada cínica y hasta cierto punto despiadada sobre la situación de la mujer en nuestra sociedad. Dice el texto de contracubierta que las nueve mujeres de esta historia -la narradora, Candela, sus cinco hermanas, su madre, su abuela y su tía- la convierten en una suerte de versión perversa de Mujercitas. No sólo perversa, añadiría yo. Es como si a aquellas mujercitas -a quienes, por cierto, Vallvey dedica el libro- las hubieran agitado en una coctelera junto a ciertos tics de la más rabiosa contemporaneidad -arribismo, incomunicación..- y ciertas modas del momento -por ejemplo, el ya archiconocido "girl power" que en las carteleras o en la música más actuales parece dirigir su mensaje a adolescentes-, hasta fundirse en una suerte de homenaje inteligente y cáustico a los personajes de Alcott.

Como a aquéllas, a estas "mujercitas" apenas les suceden cosas interesantes. Sus vidas transcurren, marcadas por el abandono del padre, entre divorcios, maridos demasiado promiscuos, partos, cremas de belleza y la búsqueda del hombre ideal, aquél que las retire para siempre. La protagonista y narradora será la única a quien la suerte señalará con un par de hechos inauditos: un enriquecimiento repentino -que acarreará el desenlace imprevisto de la novela- y el encuentro -casi encontronazo- con el gitano Amador. Todo ello pasado por la mirada de una narradora inteligente, cáustica y con grandes dosis de un humor absurdo que a veces se vuelve negro. Con estas materias primas en tales manos, no sorprende que el resultado sea tan inteligente como divertido.