Novela

Y retiemble en sus centros la tierra

Gonzalo Celorio

7 noviembre, 1999 01:00

Tusquets. Barcelona, 1999. 220 páginas, 2.000 pesetas

E l escritor Gonzalo Celorio (México D. F., 1948), es uno de los nombres que se está consolidando, dado el interés de su ensayística y su narrativa, en el ámbito español peninsular. Porque, pese al loable esfuerzo de algunos editores, buena parte de la literatura nueva latinoamericana sigue llegándonos con el habitual retraso. Y retiemble en sus centros la tierra constituye uno de los versos del himno nacional mexicano: "Mexicanos al grito de guerra/el acero aprestad y el bridón/y retiemble en sus centros la tierra/al sonoro rugir del cañón". Este canto guerrero poco tiene que ver con la peripecia narrada en esta excelente novela, salvo en la escena en la que el profesor explica a sus alumnos que la absurda alusión a "los centros de la tierra" es, en realidad, una mala lectura del original manuscrito de su autor, González Bocanegra, que habría escrito "antros". Pero así se ha mantenido. E irónicamente añade el protagonista: "Un himno belicoso como ninguno, aguerrido y violento, pero tartamudo".
Celorio consigue en esta novela algo sumamente difícil: trazar un relato lineal, con elementos mínimos, con sencillez; sabiamente medido para conseguir que el lector no pierda el interés de una trama casi inexistente. El proyecto narrativo no puede calificarse, en sí mismo, de novedad; no se alardea de novedades técnicas; ni siquiera el tipo humano del protagonista es original: un profesor universitario, Juan Manuel Barrientos, que cree haber citado a ayudantes y alumnos, para mostrarles, a través de un personal recorrido la zona histórica de la capital, conjugando el arte degradado con algunas citas literarias. No hay duda, sin embargo, de que gracias a ella disponemos de otra novela sobre la ciudad de México, tan literaturizada ya, aunque en nada comparable al Dublín de Joyce, al París de Proust o al Buenos Aires de Sábato o de Borges (tan distintos). Aquí, a través de la culta mirada del protagonista (como el autor, que profesa como catedrático de Literatura Iberoamericana en la Universidad Nacional y en El Colegio de México) contemplamos el paso de las horas en la urbe cambiante, la diversa coloración de sus edificios, la distinta naturaleza de sus gentes. Cada plaza, cada palacio abandonado, la torre de la Catedral o la historia de los rincones menos conocidos de la ciudad se conjugan con el pasado del protagonista. Cuando joven, "caminaba infatigablemente por esas calles viejas [...]. Desde entonces el centro había provocado en él un doble sentimiento de fascinación y de dolor. Lo deslumbraban los opulentos edificios coloniales [...] y le dolía [...] su degradación. Pero aprendió a descubrir en esa decadencia, y gracias a ella, las maravillas que procedían del disparate".

De esta decadencia participa el elegante profesor Barrientos, ya entrado en años, solitario y alcohólico. Junto a la ciudad, el otro gran protagonista de la novela es el alcohol. El periplo es un "descenso a los infiernos", que acabará trágicamente ya de madrugada junto al mástil de la bandera, frente al Palacio Nacional. La simbología resultará, tras la narración realista, harto evidente. La acción viene contrapunteada por la perspectiva arquitectónica. Tal vez sea ésta la novela donde más íntimamente se implican dos artes que pueden alcanzar zonas comunes: la narración (espacio y tiempo) y la arquitectura (ordenación estética del espacio). Escrita en primera persona, el autor atraviesa de la primera persona (aunque gramaticalmente también la segunda) a la narración objetiva, en tercera. Son recursos técnicos casi inapreciables, por su escasa artificiosidad, que no modifican la deliberada búsqueda de la sencillez expositiva. Pero el protagonista, en su profunda soledad simbólica, se adentra en un iniciático viaje alcohólico que ha de conducirle también al pasado y a sus recuerdos, como el de Alejandra, París y el dolor que le produce aún su recuerdo. Desde los elegidos locales donde ceremoniosamente bebe al comienzo hasta los antros finales de la madrugada, el via crucis alcohólico se nos describe con todo lujo de detalles: cómo se escancian los diversos licores, cómo responden a sus cambiantes estados de ánimo. La bebida está siempre ligada al local donde se consume y a las gentes que le acompañan. La ingestión del Martini, cuya preparación se describe con tanta minuciosidad, actúa como la magadalena proustiana. Le traslada a otro tiempo, hasta Nueva York, junto a Alejandra. La soledad le llevará al fugaz recuerdo de su primer matrimonio frustrado y a sus hijos de los que se despreocupó. Algunas escenas acentúan el simbolismo subyacente: por ejemplo, el peregrinaje en el dolor, las dos caídas, la absurda muerte final flanqueado por los dos ladrones: ¿no nos recuerda todo ello el itinerario de Cristo?¿No es él también un maestro, al que sus discípulos abandonan? Y, sin embargo, la vida de los jóvenes sigue en las últimas páginas. Y el simbólico misterio final, su atildada figura en el Salón La Luz, permite adivinar su resurrección. Tras la falsa sencillez de Y retiemble... advertimos una compleja novela simbólica que contiene ocultos sentidos. Trata de la tragedia de un hombre solitario, de su voluntario hundimiento en la degradación y la muerte, de su aparente serenidad, de su infancia y juventud, de su iniciación sexual, de su amor a la enseñanza. El México histórico o el Zócalo constituyen algo más que un espacio físico. Son también parte del símbolo de una cultura destruida para que surgiera otra. Celorio ha logrado una obra de hondo calado, de cuidado estilo. Puede convertirse en novela de culto, pese a la falsa apariencia de una original guía alcohólico-literaria.