Novela

El amor, la inocencia y otros excesos

Luciano G. Egido

14 noviembre, 1999 01:00

Barcelona. Tusquets, 1999, 283 páginas, 2.200 pesetas

Ninguna novela de Luciano G. Egido (Salamanca, 1928) puede pasar inadvertida para la crítica, y menos aún para los lectores exigentes, de esos que no se conforman con los habituales subproductos de vigencia efímera y siguen buscando en la literatura narrativa -aun a costa de múltiples decepciones- hondura psicológica, tipos perdurables e historias sólidas. Las tres obras anteriores del autor -El cuarzo rojo de Salamanca (1993), El corazón inmóvil (1995) y La fatiga del sol (1996)- lo han situado sin lugar a dudas en la primera línea de la novela española de nuestros días. El amor, la inocencia y otros excesos vuelve a introducirnos en el ámbito de la literatura de verdad. El autor parece haber hecho un esfuerzo por reducir la densidad constructiva y verbal de La fatiga del sol y ofrecer un texto de acceso más sencillo, empezando por la propia historia, cercana a los modelos de las narraciones de intriga; algo que, por otra parte, no es una novedad absoluta en la obra de Egido. Bastará recordar que el ingrediente de una muerte misteriosa constituía el arranque de la historia relatada en El corazón inmóvil, aunque la complejidad de la novela desbordara muy pronto aquel cauce convencional. Aquí, todo comienza con el relato minucioso de cuatro asesinatos sin aparente conexión entre sí. Una voz impersonal narra los dos primeros -un jubilado en Málaga y un fraile en el convento salmantino-, mientras que los detalles del tercero -un profesor envenenado en el laboratorio de la Facultad- se ofrecen en la versión del policía encargado del caso, lo mismo que el último. El cambio de perspectiva, que Egido ha practicado con sutileza en obras anteriores, continúa con la narración de los asesinatos hecha por el homicida, que, además de presentar la otra cara de los hechos, va perfilando una singular personalidad. En la tercera parte, el punto de vista es el de la mujer que se relacionó con los muertos en distintas etapas de su vida. Aquí se superponen, gracias a la extraordinaria habilidad del escritor, la imagen que ella tiene de sí misma y la que su último enamorado ha ido forjándose, basada en el modelo literario de las relaciones entre Swann y Odette de Crécy, tal como aparecen en la segunda parte de Du cóté de chez Swann, de Proust. El enamorado compone su visión idealizada de la persona amada "more litterario". La literatura se incrusta en la vida, la modela y condiciona incluso los sentimientos.

Es hora de decir que, a pesar de los cuatro fríos asesinatos que encierra, la obra de Egido es, ante todo, una gran novela de amor; de un amor tardío, absorbente, devorador y quizá senil, plasmado con una intensidad y un vigor que no hallo en ninguna novela española de los últimos lustros... salvo en algunos monólogos de El corazón inmóvil. Leemos en una de las cartas del enamorado: Tu piel guarda tantas huellas superpuestas que, al imaginarte, inevitablemente te tropiezas con ellas por todas partes" (págs. 242-243). Y en otra: "Te amo tanto que no puedo soportar que alguien te piense [...] Te siguen teniendo; te poseen. Tu pasado está tan sucio como tu piel. Y esto es lo que no aguanto [...] porque no puedo amarte toda entera, porque una parte de ti no te pertenece" (pág. 245). Sería demasiado simple concluir que los asesinatos responden al esquema de la venganza por celos. El amor, la inocencia... va mucho más allá de la pura disección de un sentimiento amoroso posesivo y excluyente, Lo que el asesino pretende al matar a los antiguos amantes de su particular Odette es liberarla a ella de su pasado -y deshacerse él mismo de su angustioso recuerdo-, purificarla, eliminar todo lo que empañó su inocencia radical y la convirtió en víctima. Este impulso apasionado, este complejo sentimiento afectivo, mucho más cultural e intelectual que crudamente físico, justifica sus acciones y las convierte en una conmovedora demostración de amor que acrecienta hasta extremos insospechados la hondura del personaje. La confrontación entre su particular sentido moral y el conjunto de convenciones que regula las relaciones sociales se manifiesta en la parte postrera de la obra -que cuenta con un cierre admirable y de clara raíz cinematográfica, con el personaje que se pierde en la oscuridad dejando sólo el reguero de su tosecilla- durante su entrevista con el policía, acogida a una línea de enfrentamientos dialécticos que prolonga la tradición más depurada de algunas novelas de Baroja, de Mann, de Dostoyevski, entre otros maestros. Una vez más, la riqueza de la historia no reside en la trama argumental, sino en la fragmentación del relato en distintas facetas que proporcionar perspectivas diferentes, irisaciónes múltiples de los hechos. El rechazo de un punto de vista único traduce e recelo ante la existencia de una moral rígida e inmutable. No hay que juzgar las acciones humanas, sino comprenderlas en función de las circunstancias particulares de cada ocasión. Y estas ideas no se exponen como doctrina, sino que se hallan noveladas, encarnadas en sucesos personajes. Nos hallamos ante un narrador de envidiable madurez, que es un excelente escritor pero que, sobre todo, sabe desarrollar historias coherentes en las que acciones y caracteres psicológicos se funden y se armonizan sin fisuras ni invenciones caprichosas.

En suma: El amor, la inocencia otros excesos es una espléndida novela, de las que reconcilian al lector con la literatura, y no uno de esos arbolillos de hoja caduca que convierten a menudo el panorama literario en un triste paisaje otoñal.