Novela

No mires debajo de la cama

Juan José Millás

21 noviembre, 1999 01:00

Alfaguara. Madrid, 1999. 207 páginas, 1.700 pesetas

No mires debajo de la cama es una obra imaginativa, que se aparta de lo más cómodo y ramplón y se lanza por caminos arriesgados. Está repleta de sugerencias y es muy coherente

La nueva obra que ha compuesto Juan José Millas -Valencia, 1946- presenta no pocas relaciones con su novela anterior, El orden alfabético. No me refiero a que existan analogías entre las historias contadas en una y otra, sino al hecho de que reaparecen en estas páginas algunos motivos temáticos y ciertos recursos que sostenían aquella narración. Hay aquí el mismo juego -modulado de forma distinta entre realidad y ficción. La misma visión dual de la existencia, idéntica confrontación entre el ámbito de la vida cotidiana que se nos da y la que nosotros mismos podemos crear mediante la imaginación, el sueño, la palabra. El arranque de la historia parece introducirnos en una novela de corte convencional, perteneciente a un género reconocible: la juez Elena Rincón procede a levantar un cadáver acompañada por el forense del juzgado, que es también amante ocasional de la magistrada. Sus relaciones son de "escaso rendimiento" (pág. 16), de modo que Elena comenta: "Parecemos dos zapatos de diferentes pares" (8. id.). Desde muy pronto, el narrador ofrece, tal vez demasiado explícitamente, las claves de lo que, a lo largo del capítulo segundo -y también en otros momentos-, podríamos denominar el despliegue metafórico de la novela: "La imagen de dos zapatos desparejados hizo pensar a la juez en la curiosidad de los seres humanos, siendo por su propia naturaleza unidades independientes, buscaran con desesperación una pareja que -los completar, como si cada uno fuera la mitad de un conjunto [...] Se preguntó si los zapatos, debajo de la cama, soñarían en cambio con independizarse el derecho del izquierdo" (págs. 16-17). A partir de ahí, la extensa alegoría de las reuniones y correrías noctumas de zapatos y zapatillas que se separan o se emparejan es un tanto prolija y roza la trivialidad, aunque el escritor, muy habilidosamente, consiga enderezar el rumbo. La otra historia, la relación de Vicente Holgado con la muchacha que fascina desde el primer momento a Elena Rincón, crea unos paralelismos -incluidas las muertes de los amantes de ambas que se integran en el esquema dual de percepciones que recorre la novela y que remiten una vez más al motivo de la búsqueda del otro e incluso a la identificación: Elena Rincón pierde al forense y Teresa a Holgado en un lugar análogo, hasta que una y otra se reencuentran... leyendo la última página de la novela No mires debajo de la cama.

Esta ósmosis, estos trasvases y guiños metanarrativos, tan caros a varios autores contemporáneos -aunque su génesis remota sea cervantina- traducen un intento de mezclar literatura y vida, de borrar fronteras que parecían infranqueables. Los zapatos, nuevos o viejos, lustrosos o estropeados, son signos representativos de las relaciones humanas, enfocadas siempre a la pareja como entidad ideal -lo que explica el recurso a la imagen de los zapatos-, que a veces resulta una aspiración de imposible logro -es el caso del zapato perteneciente a un cojo- o se fractura y se divide: la escena en que, una vez muerto el forense, la viuda ofrece uno de los zapatos del difunto a Elena Rincón (pág. 203) es en este sentido muy significativa, y cierra la relación de encuentros, separaciones y pérdidas que se consuma en las palabras finales de la novela, es decir, en el texto, donde al final todo remite y donde todo se encierra. No deja de advertirse, como en otras obras del autor, la exaltación que aquí se trasluce de la literatura como actividad autónoma, capaz de crear vidas tan plausibles como las de carne y hueso.

La escritura de Millas está muy cuidada. Alternan rasgos de crudeza macabra -la visita de los zapatos al cementerio- con otros de humor-en la cena con los padres de Teresa, por ejemplo-, dosificados con sutileza. Y se advierten pocos desajustes, aparte de la ya señalada extensión del capítulo segundo, que distancia demasiado las acciones de la historia primaria. Ya sé que ésta no pretende ser una novela "naturalista" ni una reproducción servil de una determinada realidad, pero los parlamentos del ferretero parece demasiado cultos y a veces tropieza el lector con alguna expresión discutible: ésa solía ser su cena, pues odiaba los sucesos digestivos" (pág. 176); o con algún crudo e innecesario neologismo de forma difícilmente asimilable: "Completud" (pág.88), "incompletud" (pág, 27). Como es sabido, no todas las derivaciones son posibles en el léxico, y existen en ocasiones casillas vacías, pero ni siquiera en este caso ocurre; disponemos, en la lengua y en los diccionarios, de compleción.

Pero éstas son observaciones de poca monta si se colocan junto a los indudables aciertos en la concepción y el desarrollo de la novela, que, sin alcanzar el nivel y la rotundidad de El orden alfabético, es una obra imaginativa, que se aparta de lo más cómodo y ramplón y se lanza por caminos arriesgados. Está repleta de sugerencias y es muy coherente con algunos motivos y ciertos postulados narrativos que, como variaciones sobre un mismo asunto -sobre una determinada concepción de las posibilidades que encierra el relato-, constituyen el núcleo temático de un Millas que ha ido ganando madurez y en maestría con los años.