Novela

La tierra fértil

Paloma Díaz-Mas

21 noviembre, 1999 01:00

Anagrama. Barcelona, 1999. 636 páginas, 3.400 pesetas

Se trata de una novela de las que ya no se escriben hoy, dicho esto en el mejor sentido, como tributo y homenaje a la novela clásica, una lección de historia y cultura

Esta novela de P. Díaz-Mas (Madrid, 1954) es fruto de gran esfuerzo de documentación, denodado interés por la Edad Media, vastos conocimientos históricos y literarios asimilados durante años y honda pasión por contar la vida en una obra densa y dilatada en su extensión y en su voluntad de atender por igual a muy diversos aspectos del relato, desde el panorama colectivo de la sociedad feudal hasta la creación de personajes movidos por intensas pasiones, pasando por las relaciones entre señores y vasallos, la confrontación entre padres e hijos y la dura existencia del pueblo bajo sometido al señor. La tierra fértil aparece como una novela histórica en la que se recrea la vida en el siglo XIII, en su segunda mitad, desde las ambiciones de señores y caballeros hasta las esforzadas labores de los campesinos. Pero también incluye lances y aventuras de novela de caballerías y morisca, con episodios de cautiverio incluidos, y de la bizantina, con largas ausencias entre personajes cercanos y posterior anagnórisis o reconocimiento de sus identidades. Y aun puede considerarse como una saga familiar que desarrolla el origen, apogeo y decadencia de una estirpe y un territorio, sin descuidar la educación sentimental de algunos personajes ni desatender la dimensión ejemplarizante de la historia en su continua rueda de repeticiones con los mismos errores cometidos por padres e hijos.

La novela está diseñada en un apretado texto fragmentado en secuencias. En su composición se distinguen tres partes, contadas por un narrador omnisciente con poderes para abarcar los más recónditos aspectos de la historia y de los personajes. Se abre con un breve pórtico pergeñado desde un presente posterior en tono elegíaco ante la contemplación de un paisaje en ruinas. Aquellas tierras catalanas de montaña fueron los feudos de Guerau y de Bonastre en su agotado esplendor construido con el sacrificio de unas gentes endurecidas en la lucha por la vida. Ya el título refleja lo que aquí se hace explícito. Las tres partes están compuestas con simetrías y contrastes entre sí. La primera y la tercera discurren con rapidez; ambas desarrollan luchas familiares entre padres e hijos y en las dos actúan sendos criados perversos que arruinan a quienes dicen servir. El contraste está en que el comienzo marca el surgir de unos linajes hacia su apogeo mientras que el final muestra su decadencia; también se oponen la maldad del joven Arnau de Bonastre en la primera parte y su posterior conducta como señor magnánimo. En el medio se desarrolla la segunda parte en contraste con aquellas. Pues este bloque central se complace en una narración morosa sobre el proceso de formación del caballero Joan Galba, que de fallido asesino de su señor pasa a convertirse en su caballero más amado.

La tierra fértil ofrece la crónica de una época regida por el feudalismo y sus reglas con derechos y deberes entre señores y vasallos. Lo cual está representado en las guerras que aquí se cuentan, en las normas por las que se mueven los caballeros y en los trabajos del pueblo llano. A la vez se completa la saga familiar de los señores de Bonastre, con Arnau como protagonista, desde el libertinaje de su adolescencia, corregida por cinco años de cautiverio, hasta la recuperación de su feudo y el de Guerau y el posterior dominio de aquellas tierras con nobleza de conducta en sus acciones y en la reparación de agravios anteriores. Esta saga familiar ejemplifica en el trágico destino del señor y de sus hijos la repetición de los mismos errores a lo largo de una historia azotada por el cainismo. Y se enriquece con otros personajes de compleja configuración, como el consejero prudente y sabio, el caballero atrapado en sus votos contrarios o el artesano ascendido a caballero, sin olvidar la peripecia sentimental de varias figuras femeninas que añaden silenciosas dosis de poesía a la épica caballeresca y al común dramatismo que engloba aquellos destinos. Pero esto es apenas una pálida muestra del eje vertebrador del relato, que se amplía en múltiples narraciones intercaladas con técnicas de la narración oral, como el tormento de don Guifré entre la herejía y la piedad, la peripecia novelesca de Tibors de Fenal, la conjura folletinesca de Joan Galba o la confrontación religiosa encabezada por el médico judío Vidal y el fraile Guillem Berga.

Con ello se redondea una obra de grandes pasiones de amor, odios, traiciones, venganzas, codicia, generosidad, crueldades y bondades sobre un fresco de la sociedad feudal. El texto atesora siglos de cultura en sus referencias y alusiones a la Biblia, a la literatura grecolatina y medieval, sobre todo al amor cortés y los trovadores, a la materia de Bretaña y la carolingla y a obras y autores de cualquier época como los cantares de gesta, libros de caballerías, Shakespeare, Cervantes, Góngora, Antonio Machado y Alberti, entre otros muchos. Algunas de estas citas intertextuales son demasiado evidentes y, por ello, no muy afortunadas. Pero un estilo vigoroso en su aliento narrativo engloba este universo de afanes y pasiones con asimilación de una extraordinaria variedad léxica en diferentes campos de la caballería, las armas, las faenas agrícolas y demás trabajos y costumbres. El único reparo que cabe poner a esta novela está en su desmesurada extensión, favorecida por el afán de abarcarlo todo y explicitarlo todo por obra de un narrador que lo comenta todo, sin pararse en el arte de sugerir. Se trata, pues, de una novela de antaño, de las que ya no se escriben hoy, dicho esto en el mejor sentido, como tributo y homenaje a la novela clásica, una lección de historia y cultura y un ejemplar modelo de novelar la vida en el pasado y las pasiones de siempre.