Novela

El urinario

Lorenzo Silva

26 diciembre, 1999 01:00

Pre-Textos. Valencia, 1999. 121 páginas, 1.680 pesetas

El urinario tiene un innegable valor testimonial -apoyado en una prosa de indudable eficacia- que podrá apreciarse mejor a medida que pasen los años

Hace bien Lorenzo Silva (Madrid, 1966) en advertir, en una breve nota introductoria, que El urinario es una obra escrita hace ya cinco años y se relaciona con La flaqueza del bolchevique (1997) y El ángel oculto (1999). Hace bien, pero no era necesario, porque el parentesco resulta evidente. Más discutible es la afirmación de que esta novela ahora rescatada forma una trilogía con las otras dos, aunque "de un modo bastante laxo". Para aceptar esta sugerencia no basta la presencia de elementos comunes en las tres historias. Tendría que ser también homogéneo su nivel novelesco -dicho más enfáticamente: su grado de ficcionalidad-, y aquí las diferencias son notorias. Independientemente de su calidad, El urinario es más bien un tanteo, una especie de borrador un poco asfixiado todavía por la considerable costra de elementos autobiográficos que rodea la escritura, no lo bastante desgajado de los ingredientes de crónica personal que en las narraciones posteriores acompañará con sordina el desarrollo de las peripecias. Sería provechoso leer ahora las tres obras respetando el orden cronológico de su composición, y se advertiría con claridad el salto de la confesión a la novela -o del relato primordialmente confesional a la confesión anovelada- que se da, sobre todo, en la transición de la primera obra a las siguientes.

Pero estas diferencias se refieren al tratamiento estrictamente literario de las sustancias de contenido. La raíz de la historia y los caracteres del personaje central son los mismos. Se trata de un ejecutivo -un asesor financiero- cuyo éxito profesional no basta a endulzar la amarga visión de su propia vida como una sucesión de pérdidas, renuncias y abdicaciones. El desajuste entre la vitola de una existencia feliz y despreocupada, por un lado, y, por otro, el desasosiego permanente de sentirse en un mundo hostil y ajeno -en el trabajo, en la relación con los amigos, en los tropiezos amorosos-, da como resultado un personaje contradictorio, siempre acicateado por la aspiración a lograr algo sólo intuido, siempre insatisfecho e inseguro acerca de cada una de sus decisiones.
En El urinario -título poco afortunado, ya que, en realidad, lo que se destaca del lugar es el espejo en que el sujeto se contempla a sí mismo-, el relato aparece como transcripción de unos papeles encontrados entre las pertenencias de un hombre -J.L.R.- muerto a consecuencia de un atropello en el Paseo de la Castellana. Una vez más, la narración homodiegética se presenta como confesión. En este caso, en forma de un escrito hipotéticamente dirigido a un Juez y dividido en dos partes, la primera escrita en Bonn y la segunda unos días más tarde, en Madrid. El autor de estas páginas -que fluctúan entre la carta, el diario, y la confesión- pasa en Bonn sus últimas horas antes de volver a España. En la capital alemana ha participado en un curso dirigido a un grupo reducido de asesores bancarios de diversos países, y las anotaciones de la primera parte son casi únicamente una pormenorizada y aguda visión de las sesiones del seminario y de algunos de los participantes, pero, sobre todo, de los varios intentos frustrados de intimar, de establecer relaciones amistosas con otros individuos que a la postre acaban por resultar, como el ejecutivo español, mónadas incomunicables (las diferentes lenguas en que tratan de entenderse los asistentes no hacen más que simbolizar esa dificultad de comunicación). únicamente los sueños proporcionan acercamientos satisfactorios. Varias mujeres desfilan fugazmente, como otras tantas posibilidades frustradas de enamoramiento: Véronique, Ulrike, la camarera italiana, la mujer desconocida que se resguarda de la lluvia bajo los soportales... Para colmo, la novia "oficial" del personaje, Natalia, no encaja con sus aspiraciones. El escrito al Juez trata de justificar, así, lo que tal vez conduzca al personaje, hastiado de vivir en un mundo donde los sentimientos han sido anulados por los valores materiales, a una muerte voluntaria. Pero esta actitud cambia en las últimas líneas del escrito, al escuchar cómo la voz desgarrada de Billie Holiday en I’m a Fool To Want You proclama su esperanza a pesar de todas las desgracias sufridas. La salvación reside, pues, en hallar un espíritu solidario con el que identificarse, aunque luego un accidente fortuito cierre por completo el horizonte recién entrevisto. Con su final, el anónimo personaje clausura también una etapa en la obra de Lorenzo Silva. Retrato de un espíritu y, en cierto modo, de un sector social muy cercano, alimentado por los modelos de una sociedad con ínfulas neocapitalistas, El urinario tiene un innegable valor testimonial -apoyado en una prosa de indudable eficacia- que podrá apreciarse mejor a medida que pasen los años.