Image: Los ídolos

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Novela

Los ídolos

Manuel Mujica Láinez

2 enero, 2000 01:00

Manuel Mujica Láinez. Ilustración de Grau Santos

Edición de Leonor Fleming. Cátedra. Madrid, 1999. 259 páginas, 1.200 pesetas

Los ídolos, publicada originalmente en Buenos Aires en 1953, fue la primera novela de su autor, si se excluye un curioso experimento juvenil -Don Galaz de Buenos aires, 1938- que él consideraba entre su prehistoria literaria. Autor antes de biografías y de cuentos excelentes, dedicado profesionalmente al periodismo, Manuel Mujica Láinez (1910-1984) acertó con Los ídolos a relatar tres historias -las tres partes de la novela- que se imbrican y apoyan magníficamente, bajo un título real y simbólico. A partir de ahí iniciaría una cuatrología que cuenta entre lo mejor de su producción y que yo llamé, en un prólogo que le dediqué hace años, "la saga de la aristocracia porteña".

Antes que nada Los ídolos es la seducción del narrador por el mundo decadente de la familia de Gustavo, su compañero de colegio, su amigo adolescente, y en especial por su tía-abuela Duma, una mundana refinadísima y de vuelta, cuyo secreto han sido la high life y los hombres, y que le ha regalado a Gustavo -cuando este cumple 17 años- el único y magnífico libro, Los ídolos, de un desaparecido y raro poeta modernista, Lucio Sansilvestre, cuya búsqueda, en Inglaterra, se convertirá en la rara obsesión del muchacho.

Aparentemente Los ídolos es la novela decadente que narra el fin de una raza ociosa, de unos inútiles adinerados suntuarios, dedicados a las pasiones del lujo y del arte. Más profundamente sería el análisis de una íntima necesidad -la de casi todos sus personajes- por huir de la áspera realidad de la vida, para, cuando menos, transformarla en ideal y quimera, aunque todo se acerque al delirio. Y más hondamente aún, la pasión -nunca explícita- de un muchacho por otro, un silencioso y tremante amor entre camaradas que conduce al superviviente (y es otra vuelta de tuerca de la novela) a considerar cómo, muchas veces, fabricamos y recoloreamos nuestro propio pasado para volverlo el reducto y paraíso del que tenemos necesidad.

Mujica Láinez encabeza la novela con unos versos de Wordsworth que hablan de un tiempo dorado que retorna al oír una voz perdida. Aunque podría haber utilizado (lo recuerda la prologuista y autora de la edición) la célebre frase de Proust: "Les vrais paradis sont les paradis qu’on a perdus". Los únicos paraísos verdaderos son los que hemos perdido. En el libro, el narrador queda también atrapado por la fascinación de sus "ídolos", aunque en la vida -habitualmente- seguimos adelante, pese a la luz dorada que ya nunca sabremos si es verdad o es un invento.

Aunque en sus últimos años Manuel Mujica Láinez -que vino muchas veces acá- gozó de no escasa nombradía entre nosotros, hoy está un tanto olvidado. Muchos críticos de izquierda nunca le han perdonado el "snobismo" que gustaba derrochar y su tolerancia (en un hombre homosexual visible y muy liberal) con la terrible dictadura de Videla. Mujica Láinez sufrió, en lo personal, contradicciones, a su modo, muy similares a las de Borges. Contradicciones que resolvió mal. Pero murió en abril de 1984. Y aunque su vida fue, esencialmente, literaria, aquí está otra vez su literatura. La obra de un prosista espléndido, de primerísima fila, que supo adentrarse por los mejores vericuetos de la imaginación y la novela. Un clásico ya, que precisamente en esta novela -en Los ídolos- sienta las bases de su perfección y su maestría. El prólogo de Leonor Fleming es informativo (aunque olvida la mucha relación última de Mújica Láinez con España) y la edición, como tal, se limita a anotaciones triviales, pasando por alto argentinismos que -aunque reconocibles- hubiesen interesado más al lector español. Pero lo que cuenta (aquí más que otras veces) es la novela en sí, Los ídolos, la gran sorpresa que para muchos lectores nuevos será esta estupenda lectura.