Novela

Al amparo de la ginebra

José Luis Serrano

20 febrero, 2000 01:00

Planeta. Barcelona, 2000. 263 páginas, 2.200 pesetas

No puedo evitar preguntarme, aunque me pese, para qué se escribe una novela en la que la trama no aporta nada nuevo al lector informado

He aquí otra novela con detective femenino. La protagonista es joven, guapa, rojilla, aficionada a la ginebra con tónica y muy dada a enamorarse de hombres lamentables, que a veces terminan siendo el malo de la historia. Tiene una secretaria y un secretario, y ambos parecen más listos que ella. Con ella -Sara- mantiene una relación que roza el lesbianismo. Con él -Gustavo-, la camaradería más desconcertante. Juntos se enfrentan a un "malo" de los que salen todos los días en la Prensa: políticos corruptos, mafias rusas y abogados que se dejan utilizar como cebos. La intención del autor, José Luis Serrano, andaluz casi cuarentón, además de profesor de la Universidad de Granada, jurista y filósofo reza la solapa, era la de llamar la atención del lector sobre todo aquello que sucede en la trastienda de la opinión pública, lo que hay detrás de las historias que cuentan los periódicos.
¿Lo consigue? Es indiscutible que la historia que nos propone Serrano capta al lector con algunas de las argucias que se esperan de ella: agilidad, suspense, un hábil sentido del "tempo" narrativo... Como también lo es que su autor sabe caracterizar de un plumazo a sus personajes con eficaces descripciones que no dejan lugar a la ambigöedad. Y ahí tenemos la llaga donde poner el dedo: nada en esta historia permite la ambigöedad. La trama, plagada de referencias a la actualidad y de personajes ficticios asimilables a populares personajes públicos, no deja ni un resquicio a la sorpresa. Todo sucede como cientos de veces antes ha sucedido en muchas novelas policiacas anteriores. Los personajes son de una llaneza y una contundencia tales que resultan ridículos, rozando en ocasiones lo esperpéntico, y del todo inverosímiles. Especialmente indefinida, contradictoria e insulsa resulta la protagonista, Amparo Larios, que a ratos parece una heroína capaz de enfrentarse al peor de los mafiosos marbellíes y de inmediato aparece como la novia abnegada de un imbécil, que no duda en llamarle en cuanto alguien le levanta la voz. Más patéticas aún son contradicciones como la que sigue, y que denotan una negligencia imperdonable en un novelista: "Amparo, que vivió en Bonn hacía ya muchos años" (pág. 22) y "Recién cumplidos los treinta años, Amparo Larios había vivido diecisiete en Ronda y trece en Elvira" (pág. 66). Y no es el único descuido.

No puedo evitar preguntarme, aunque me pese, para qué se escribe una novela en la que la trama no aporta nada nuevo al lector, en la que los personajes cumplen la función de resortes al servicio de un encadenamiento de tópicos, en la que el lenguaje se ha descuidado y el argumento no se ha afinado lo suficiente. Creo que los lectores deben exigir a cualquier autor que se tome todas las molestias que estén en su mano. Como lectora, lamento que Serrano no lo haya hecho.