El vendedor de rosas
José Antonio Garriga Vela
20 septiembre, 2000 02:00Lo más significativo y valioso del libro es su capacidad para poner ante nuestros ojos una metáfora que desmiente que el mundo sea estable y con sentido
No es tampoco El vendedor de rosas un relato fácil de describir. Tiene una línea principal bastante sencilla, pero se carga de elementos imaginativos y de aprensiones que lo dotan de complejidad, y tras ella, de hondura. Esa línea central refiere en primera persona y en presente la historia de un narrador y protagonista que a su vez es novelista. A partir de la muerte en extrañas circunstancias de una amiga, el personaje rescata un extenso pasado, evoca a varios amigos y conocidos, y cuenta un buen puñado de sucesos diversos, unos cotidianos, otros extraordinarios. Todo ello constituye, a su vez, la materia de la novela que dicho personaje quiere escribir por encargo o sugestión de otro que lo domina desde la sombra.
No hay, en el orden de la anécdota, más sustancia en la novela de Garriga. Y, sin embargo, esta noticia resulta con toda evidencia insuficiente para hacer justicia a la riqueza o, al menos, a la ambigöedad intencionada del relato. Lo real y común conviven con aprensiones y hechos excepcionales. Los personajes se definen a la vez que se desrealizan. La historia externa se acompaña de múltiples apostillas o reflexiones relativas a numerosos asuntos y, sobre todo, de una intencionalidad metafísica. Queda, pues, claro, que la novela en su conjunto es la cáscara de cuestiones de bastante trascendencia que se apuntan, aluden o sugieren, pero que nunca se presentan de un modo patente.
Tampoco sabría decir con toda precisión cuáles son esas cuestiones, y ni siquiera si en una primera lectura se desvelan todas ellas. Es más: dudo que el propio autor tenga una propuesta única que hacer y más bien pienso que una constelación de impresiones acerca de la realidad informa esta reflexión narrativa. Sin entrar en detalles, la novela podría sintetizarse como una narración visionaria acerca de lo extraño que es el mundo. Y dentro de esa comprensión fracturada, caótica, azarosa o misteriosa de la realidad, sobresale un motivo principal, el de la identidad. Por eso uno de los personajes de la novela desdobla su personalidad en varios sujetos que adoptan diferentes nombres. Y el propio narrador contempla la existencia en una peligrosa cercanía a los juegos de magia.
Garriga, de este modo, hace un relato que siembra mil dudas acerca de lo real. Acaso la realidad no tenga más consistencia que la de la ficción. Y, en cualquier caso, construye un relato lleno de actitudes quietistas, contemplativas, indolentes. Lo propio de sus personajes es no hacer, o llevar a cabo acciones improductivas. De ahí que se extienda una dura imagen de la incomunicación radical de los seres humanos, respuesta, tal vez, a la apariencia de sociedad dialogante que dan los teléfonos móviles o internet.
Este sentido casi filosófico de la vida no lo logra Garriga con procedimientos especulativos sino con una plástica y rara anécdota cuajada de elementos sueltos muy acertados: un buen humorismo satírico, muchas anécdotas brillantes, ocurrencias ingeniosas y también críticas concretas de situaciones o hábitos actuales. Lo más significativo y valioso de El vendedor de rosas es su capacidad para poner ante nuestros ojos una metáfora que desmiente que el mundo sea algo estable y con sentido.