Image: Melalcor

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Novela

Melalcor

Flavia Company

11 octubre, 2000 02:00

Muchnik. Barcelona, 2000. 248 páginas, 2.400 pesetas

Hay en Melalcor el planteamiento de una estupenda novela, aunque lo que se ofrece es tan sólo una radiografía parcial, con más osamenta que carne

He aquí una obra arriesgada y repleta de un calculadísimo desenfado que no muchos autores se hubieran atrevido a plantear, porque se aleja deliberadamente de los patrones comunes y esperables. Me refiero sobre todo a los patrones narrativos, a los modelos de construcción del relato que el lector medio acepta e identifica habitualmente. Flavia Company (Buenos Aires, 1963) ha procurado eludir toda supeditación a las convenciones más frecuentes del género. Melalcor -repárese en el sugerente resultado semántico de la fusión de los dos nombres Mel y Cor- cuenta una historia de amor elementalísima en la que no falta ni siquiera la espantada de última hora, casi al pie del altar, ante una boda de conveniencia, pero lo cierto es que la cuenta volviendo la historia del revés, distorsionándola, borrando cualquier referencia a situaciones o comportamientos consabidos, porque la visión que preside este mundo descoyuntado tiene muy poco que ver con la mentalidad tradicional. Ni siquiera la articulación de las acciones mantiene una línea firme, sino más bien laxa. Muchas informaciones podrían aparecer en otro orden sin que el resultado sufriera cambios esenciales. Los hechos se suceden a veces yuxtapuestos, sin obedecer forzosamente al principio de causalidad de un relato lineal. La narración habitual en primera persona se disgrega en algunos momentos sin marca alguna y se disuelve en una voz omnisciente, y hasta los mismos personajes presentan con frecuencia una contextura ambigua que se refleja en sus nombres -Mel, Cor-, en el imprevisible comportamiento sexual de alguno de ellos y hasta en las equívocas concordancias gramaticales: "Encontraré a Mel [...] y la muy granuja ganará [...] y yo la perdonaré porque es hermana mío" (pag. 22). O bien: "Por las mañanas, Cor está en el estanco. por las tardes, Mel está en el Casino [...]. Alguna vez he intentado hablar con el uno del otro..." (pág. 31).

Las peripecias se inscriben en un marco narrativo que acentúa el tono abstracto de muchos pasajes, todo lo cual, a pesar de ello, no encubre la visión crítica y demoledora de instituciones, costumbres y creencias que coartan la espontaneidad y la libertad del individuo y que reciben irónicas denominaciones: "la Gran Fuerza Creadora", por ejemplo, o "la Gran Culpa", que resume el conjunto de constricciones ideológicas que, inyectadas en el ser humano por una sociedad cuya misión parece consistir en transmitirlas, gravita inexorablemente sobre cada decisión personal y la condiciona: "Si hiciera balance vería que la Gran Culpa y el miedo a la Gran Culpa han pesado más que un piano o un león" (pág. 223). Por otra parte, de acuerdo con las reflexiones del narrador, "la familia es una institución caduca y demencial. Como la pareja" (pág. 89). Esto explica que los personajes de espíritu más libre y voluntarioso cifren su objetivo en zafarse de las ataduras sociales, lo que explica la promiscuidad, la búsqueda del sexo sin amor, los desgajamientos familiares, la radical insatisfacción frente a la vida cotidiana, incluso la huida de una sociedad acartonada e intolerante que hace del viaje una fuga hacia la libertad. Si se compara la primera visita a París de Mel y el narrador con la que se consuma en las últimas páginas de la novela se percibirá bien la diferencia entre un viaje y una liberación en la que, además, hay na maduración del sujeto, porque, si bien el comportamiento no se modificará de manera radical, sí cambiará la visión de las cosas. En París aprenderán ambos "una nueva lengua" y "nuevas costumbres", algo de evidente simbolismo, porque "es curioso cómo cambia la visión del mundo cuando nos atrevemos a querer y a dejar que alguien nos quiera" (pág. 244).

El peligro de Melalcor, con su planteamiento esquemático y casi abstracto, era que las ideas y la mirada vitriólica que destilan sus páginas se antepusiera al retrato de los personajes y la narración de los sucesos. Y así ocurre, en realidad. El lector medio de novelas hallará aquí tanto descoyuntamiento, tan elusivos perfiles que se sentirá decepcionado. Es otro tipo de lector, algo más exigente y minoritario, el que acogerá más placenteramente esta fábula deformada que es también, en gran medida, reflejo cabal de una mentalidad generacional que ha soñado la gran aventura de cambiar todo el orden de cosas recibido para acabar operando leves transformaciones superficiales después de descubrir que existen fenómenos perdurables y sentimientos contra los que resulta difícil erigir barreras ideológicas. Hay en Melalcor el embrión de una estupenda novela, aunque lo que se nos ofrece es tan sólo una radiografía parcial: nítida, profunda en algunos aspectos, con límites bien marcados, pero excesivamente esquemática, con más osamenta que carne.