Image: Los dos Luises

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Novela

Los dos Luises

Luis Magrinyá

29 noviembre, 2000 01:00

Premio Herralde, 2000. Anagrama. Barcelona, 2000. 342 páginas, 2.500 pesetas

Bastan, a veces, un puñado de páginas para certificar cómo un autor pone el centro mismo de su atención en la voluntad de plasmar una escritura personal. Ese propósito ostensible de significarse como escritor diferente se convierte en el rasgo inicial de Luis Magrinyá en Los dos Luises. Aunque, si es cierto que rehúye lo trillado, también lo es que enlaza con la tradición de la narrativa centroeuropea de pensamiento. Y, a la vez, emparenta, entre nosotros, con Ferlosio por su gusto por la exposición discursiva y hasta por el divertimento etimologista del "Prólogo".

Los dos Luises, se inserta, pues, en una modalidad narrativa específica en la cual la historia contada -por demás, curiosa- tiene menos interés que otros elementos: el desarrollo de un conjunto de reflexiones y la conciencia de tratarse de una narración, dato explícitamente indicado. Se abre la novela con un pasaje brillante, de una prosa subordinativa de perfecta adecuación al discurso analítico del narrador de toda la obra. Se trata de un joven que hace una defensa desenfadada del ideario vital de la inutilidad y entona una loa del dolce far niente. Un vibrante alegato paterno acaba con el feliz ocio del muchacho y entra a trabajar en una revista de información teatral donde, por suerte para él, el ganduleo sustituye al menor criterio empresarial.

La revista sirve de marco para el despliegue, al hilo de numerosas menudencias jocosas y en medio de personajes entre simpáticos y extravagantes, de una enmarañada anécdota de falsificaciones literarias. El poderoso crítico de la publicación creó en su día un falso prestigio, el dramaturgo Luis Oberó, a quien ahora trata de humillar ensalzando a un misterioso autor, Luis U. Esta peripecia alberga un testimonio crítico de la sociedad literaria basado en la mostración de las mentiras, las manipulaciones caprichosas y la falta de autenticidad de los autores, que hipotecan las exigencias del arte por el plato de lentejas de la fama, la vanidad, el éxito y el poder social. También se habla de plagios descarados, con lo que la obra consigue por azar el plus de una actualidad muy oportuna.

Así se desarrolla como una película la degradada cara pública de la cultura, a cuyo servicio se ponen escenas demoledoras. Quizás el eje de esa incisiva radiografía esté en la denuncia burlesca, repleta de sarcasmos, de la arbitrariedad de las jerarquías literarias. Hay escritores -se dice- cuyo mérito sólo radica en el respeto que se les tiene, logrado por oscuros caminos, y no en el valor de la obra. Por contraste se apunta el perfil del escritor genuino, aquél que está por encima de la sociedad, "sin instalarse en ella". Esta dimensión, al fin y al cabo endogámica, de la novela sirve de plataforma a un objetivo de vasta amplitud, a un propósito de diagnóstico moral sobre las apariencias. La realidad -se deduce- es un reino de mediocridades, mentiras y engaños, el paraíso del espejismo barroco.

Los dos Luises reúne una larga lista de virtudes: potencia verbal, gracejo expresivo, dotes de observación, debate de ideas y un fondo intencional de alcance casi trascendente. Por todo ello merece respeto y atención. Sin embargo, esas cualidades las empañan algunas reservas. El atractivo tema del ocio pronto se pierde y resulta pegadizo. Las minucias del mundillo artístico son prolijas debido a una hipertrofia del papel del arte en el conjunto de la vida. De ello se deriva una composición acumulativa basada en agregar anécdotas que sólo sirven para dilatar el volumen, y que causan un efecto algo mortecino lindante a trozos en el aburrimiento. Tampoco produce no buenos resultados que un relato tan culturalista se apoye en bastantes momentos en pasajes nítidamente costumbristas como la parodia algo tópica de la entrega de unos resonantes premios.
Y aún me parece que debe hacérsele una reserva de fondo mayor. Los dardos del libro tienen como diana al escritor institucional. A Magrinyá le gusta, sin duda, el autor incontaminado (tal vez, lo digo en broma, él mismo, que, por su nombre, sería el tercer Luis). Ese mensaje llega, sin embargo, a través de una novela favorecida por un premio comercial, uno de los medios más expeditivos y sospechosos para "instalarse" en la sociedad. Hay, pues, una palmaria incoherencia entre lo que dice y lo que hace. Quiero pensar que se debe a un sarpullido de puritanismo algo inocente y juvenil (aunque ha entrado ya en la cuarentena) y no a simple cinismo.