Trífero
Ray Loriga
6 diciembre, 2000 01:00Trífero es una novela más compleja que las anteriores, más cuidada y unitaria en su concepción y desarrollo
Contada así, esquemáticamente, la historia deja adivinar algunos ribetes dramáticos, y es indudable que los posee. La voz narrativa, sin embargo, parece empeñada en no dejarse arrastrar hacia esta vertiente, y enfría casi todos los momentos en que los sucesos narrados o las reflexiones del personaje podrían conducir el relato a la manifestación explícita de la melancolía o el dolor, como si temiera una caída indeseable en la sensiblería. Para ello el relato se muestra deliberadamente descoyuntado, los personajes adquieren numerosos perfiles caricaturescos, y la narración progresa impulsada por una visión externa, en algún caso decididamente cosificadora, que trata de evitar la identificación sentimental del lector y acentuar los aspectos lúdicos o grotescos de las distintas escenas.
Los modelos más evidentes de esta fórmula narrativa se hallan en la estela de Ramón Gómez de la Serna y de unos cuantos escritores de la época de entreguerras -algunas novelas de Jardiel, Neville, Bacarisse, Ros, Abril y otros-, y son fácilmente identificables, incluso en huellas de parentesco estilístico. Pero la existencia de una tradición a la que inicialmente se acoge Trífero no significa en absoluto mimetismo ciego por parte del autor, que ha establecido la distancia conveniente y que, además, dispone de una prosa capaz de ofrecer acuñaciones personales, dentro de esa mezcla de voces y estilos que a menudo se confunden en el discurso del narrador, donde cabe la parodia (págs. 127, 142-143), pero también el sutil matiz identificador. Así, cuando el profesor Jerusalem se lamenta de sus limitaciones y desgracias, debe tenerse en cuenta que se trata de un matemático: "Me agarro como un idiota a la poesía de las posibilidades, y caigo una y otra vez derrotado por la tiranía de las probabilidades" (pag. 85). En medio de todo esto hay lugar para plasmar una visión escéptica, sardónica y hasta grotesca de un mundo lleno de pícaros, ambiciosos e ignorantes, en los que los valores más nobles han sufrido una penosa degradación. El sabio doctor Tauloski, que al pronunciar una conferencia no cita a nadie porque "no estaba allí para hablar de los demás, sino para trazar con mano firme el perímetro de su propia gloria" (pág. 148), afirma con toda seriedad: "En estos días de libre comercio, el dinero, el verdadero dinero, no está en las becas ni en la financiación estatal, sino en los libros de divulgación. Para bien o para mal, la ciencia ha dado un paso definitivo hacia el hombre de la calle" (pág. 161). Y no faltan los símiles y las invenciones jocosas, cercanas a la greguería. Después del trabajoso parto de Lotte, "Saúl se quedó un segundo mirando a los miembros del equipo médico, todos cubiertos de sangre y todos satisfechos. Como los asesinos de César" (pág. 66). Acaso la insistencia en la utilización de registros de esta naturaleza erosiona y deforma la percepción de los acordes más graves de la historia, y la técnica de la yuxtaposición a veces abrupta de capítulos, con frecuencia sin conexión entre ellos, no es tal vez la más adecuada para desarrollar el relato, y, en cualquier caso, no se advierte su necesidad, ni tampoco la de algunas informaciones que parecen más bien ocurrencias sin repercusión alguna en el conjunto.
La atención prestada al relieve superficial de los hechos deja a los personajes un tanto acartonados, privados de referencias acerca de su vida anterior que les habrían dado más consistencia. Hay un conjunto de pequeños problemas de construcción; no deben, sin embargo, empañar la buena impresión producida por un autor que, tal como se muestra aquí, puede ir a más.