Image: Porque parece mentira la verdad...

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Novela

Porque parece mentira la verdad...

Daniel Sada

18 julio, 2001 02:00

Tusquets. Barcelona, 2001. 654 páginas, 3.900 pesetas

Al llegar al final de esta gordísima novela de Daniel Sada, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, se me ha venido a la cabeza el humorístico reproche que H.G. Wells hizo a su amigo Joyce a raíz de Ulises: qué derecho se creerá este hombre que tiene -decía en una carta- a robarme con su libro tantas horas de los pocos miles que me quedan.

Muchas horas, constancia y esfuerzo pide también este narrador mexicano quien, de alguna manera, comparte con el irlandés la voluntad titánica y el fervor verbal. De hecho, estos dos rasgos dan carta de originalidad a una obra que, resumida al extremo, viene a ser la crónica coral de la corrupción política en ese país hispanoamericano. Pero ya se sabe que el simple enunciado del argumento o el tema de un relato no dice apenas nada de su valor.

Por ello, lo primero que debe subrayarse es la ambición faraónica de Sada, su meta de construir un impresionante artilugio narrativo dentro del cual cobre vida la degradación de una colectividad sometida al imperio de la corrupción y no al de la ley. Para ello acude a una historia prolija que, desde lo testimonial, se dispara hacia lo visionario y esperpéntico. Esa historia se nutre de innumerables episodios más o menos independientes, presentados como secuencias fragmentarias, pero que alcanzan su sentido dentro de un diseño común.
La profunda unidad de la fábula se revela a su conclusión, pues toda ella responde a un criterio circular. Al comienzo, la anécdota se polariza en el matrimonio formado por Trinidad y Cecilia: asisten a la impactante llegada de un camión cargado de cadáveres víctimas de la represión; se preocupan por el destino de sus dos hijos; el apático Trinidad les ha reprochado su activismo político; uno de ellos escupe al padre y ambos se marchan para siempre del lugar. Basta con esos datos para señalar el deterioro colectivo, que pronto se apuntala con otra anécdota: el día de las elecciones, unos enmascarados roban las urnas para asegurar el pucherazo de un sistema basado en el poder del cacique.

Al final de la larguísima historia, el matrimonio confía en el regreso, un día, de los hijos, mientras que en Trinidad se ha operado un cambio radical: de su rechazo a la política ha pasado al señuelo de obtener la alcaldía, para lo cual está dispuesto a invertir sus ahorros. Todo ello con un aire fantasmagórico que revele la irrealidad del futuro. Se abre y cierra, pues, la novela con el peso anecdótico de una escena familiar y dentro de ella se alojan otros episodios que se encadenan en la misma dirección.

Hechos cotidianos, ambiciones, movimientos populares de protesta, actos extremados de violencia... son como teselas de un enorme mosaico en el cual se refleja la existencia de Remadrín, nombre imaginario de un lugar pequeño, de 1.200 votantes registrados, situado en una desértica región mexicana, que adquiere la categoría de un símbolo. Los personajes son numerosos, un centenar. Algunos alcanzan un mayor protagonismo, por ejemplo el terrible alcalde-cacique, Romeo Pomar.

También las escenas resultan numerosas y tienen una finalidad testimonial. Alguna posee un peso específico propio, por ejemplo la referida a la caseta telefónica y a su cuidadora, Dora Ríos. Esta magnífica escena, casi con entidad independiente, apunta el criterio acumulativo de Sada y la técnica a medias de yuxtaposición, a medias ensartadora que utiliza. De ahí que surjan reparos a su carácter torrencial, pues tal vez sin tanta materia, o más podada, el conjunto resultaría igual de significativo y más ágil.

Tengo la impresión de que a la novela le sobran páginas, con independencia de la calidad y la inventiva de numerosos momentos . Y ello a pesar del extraordinario acierto de utilizar un narrador poliédrico, que lo sabe todo y comenta los sucesos, que se dirige a los personajes y que apela al destinatario, con quien establece una complicidad irónica para que éste se sienta parte de la esperpéntica historia que está leyendo.

El otro frente llamativo de Porque parece mentira... está en su despliegue de recursos verbales. La lengua de Sada tiene una riqueza y flexibilidad inusuales. Utiliza registros muy variados, desde cultismos a localismos. Pero la abundancia verbal, aun constituyendo un reto, no supone la mayor dificultad del texto. Si la construcción y la abundancia anecdótica no facilitan la lectura, la lengua termina por complicarla. Tiene, por tanto, esta novela algo de reto. Sin duda, consigue un efecto plástico y vivaz al recrear un espacio social reciente con tintas brillantes y al darle un énfasis singular.

En qué medida compense afrontar el reto que con toda intención plantea Porque parece mentira..., tiene que decirlo cada lector. En cualquier caso, a quien, como me sucedía a mí, no conozca la existencia de Daniel Sada -a pesar de ser escritor veterano y con bastante obra publicada-, esta primera novel editada en España nos descubre a un autor que no debe ignorarse.

Desconocido en España a pesar de gozar de gran popularidad en México, Daniel Sada (Mexicali, México, 1953) ha sido considerado por Carlos Fuentes "una revelación para los escritores españoles y para la literatura mundial". Estudió periodismo y Letras Hispánicas y ha sido catedrático en la Universidad Autónoma de Zacatecas. Traducido a cinco idiomas, entre sus obras destacan las novelas Lampa Vida (1980), Albedrío (1990) y Una de dos (1994); libros de relatos como Registro de causantes, galardonado con el premio Xavier Villaurrutia en 1992, y el poemario Los lugares (1997).