Image: Acqua alta

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Novela

Acqua alta

Donna Leon

25 julio, 2001 02:00

Trad. A. M. De la Fuente. Seix Barral, 2001. 318 págs, 2.700 ptas

Desde hace unos años Seix Barral viene publicando con periodicidad bianual las novelas de la autora norteamericana, afincada en Venecia, Donna Leon. A las cuatro entregas editadas hasta ahora (Muerte en la Fenice; Muerte en un país extraño; Vestido para la muerte; y Muerte y juicio) se une ahora su última obra, Acqua alta.

De todas ellas tan sólo he leído la primera, Muerte en la Fenice (1992, en español 1996) donde ya encontramos los que han llegado a convertirse en pilares fundamentales de toda su narrativa: Venecia, como espacio físico en el que se desarrollan los acontecimientos, y el personaje del comisario Guido Brunetti, como perspicaz investigador que desvela cuantos casos de homicidio acontecen.

Tanto en la primera entrega como en esta última Venecia se dibuja con todos los típicos tópicos que la convierten en la ciudad más artística de Europa. En Muerte en La Fenice era un director de orquesta el asesinado mientras se representa La Traviata; en Acqua alta será el director del Museo del Palacio Ducal quien muere con motivo de la exposición de unas vasijas procedentes del yacimiento arqueológico de Xi’an. Pero no es Semenzato, el director del museo, el verdadero protagonista, sino la arqueóloga norteamericana Brett Lynch, quien acaba de regresar de China y descansa en el apartamento de su amante Flavia Petrelli, reputada diva operística. Dos desconocidos golpean brutalmente a Brett para que no se entreviste con Semenzato. Mientras se recupera en el hospital el director del museo es asesinado, y entra en escena el conocido Guido Brunetti. Las cuestiones de honor, más que las artísticas o económicas, -¿acaso podía ser de otra forma en Italia?- se encontrarán soterradamente en el fondo de los asesinatos.

La estructura narrativa del relato, fundamental como en ningún otro en las obras de este género, resulta adecuada. La acción transcurre de forma natural, armónica, y los acontecimientos se suceden según la lógica del pragmatismo policial. Pero no es tanto la articulación, la resolución del crimen lo que interesa -a fin de cuentas, en muchos casos se trata tan solo de la aguda imaginación del autor, aplicada a una formulación de sobra conocida- sino la creación del personaje del comisario Brunetti. Tradicionalmente los investigadores ingleses por una parte y norteamericanos por otra (que son los que quien suscribe conoce) respondían a modelos más o menos prototípicos. Los americanos se antojan duros, marginales, intuitivos y astutos; sus colegas británicos, por el contrario, son más caballerosos, sutiles, cultos y lógicos. Brunetti no se parece ni a unos ni otros. Próximos a la resolución leemos, "Brunetti se daba cuenta de que había venido obedeciendo a un simple impulso, sin pensar en lo que haría una vez dentro." Y ese es precisamente el espíritu de este comisario, que lleva camino de engrosar la nómina de los grandes detectives-investigadores encabezada por Marlowe y Spade, una encomiable capacidad de raciocinio junto al salvajismo de las decisiones tomadas sin calibrar convenientemente las consecuencias. Un combinación explosiva.

De Venecia todo se ha dicho; de Venecia todo queda por decir. Morand la convirtió en símbolo de su vida en Venecias. Hemingway situó allí Más allá del río y entre los árboles. Highsmith mostró su cara menos turística en El juego del escondite; Félix de Azúa, en La invención de Caín. Los que prefieran Nápoles, que busquen Contra Venecia, de Régis Debray. Son sólo algunos ejemplos. Por los canales de Venecia no corre el agua, sino la tinta, decía un escritor francés. Y sus calles esconden más palabras que pavesas.