Image: Los Borgia

Image: Los Borgia

Novela

Los Borgia

MARIO PUZO

7 noviembre, 2001 01:00

Traducción de Agustín Vergara. Planeta. Barcelona, 2001. 397 páginas, 3.400 pesetas

Los autores estigmatizados por el éxito están condenados a convivir con la hostilidad de la crítica, incapaz de sacudirse los prejuicios inherentes a su oficio. Hasta cosechar los elogios de Malraux o Cernuda, Dashiell Hammett vivió recluido en el purgatorio concebido para los autores de best-seller. Mario Puzo no se ha librado de este destino.

Después de los fracasos de sus dos primeras novelas (La arena oscura y El peregrino afortunado), Puzo conoció el éxito en 1969 con El padrino. Su retrato de la mafia italo-americana estaba respaldado por unos orígenes marcados por la violencia y el desarraigo. Nacido en la Cocina del Infierno, uno de los barrios más peligrosos de Manhattan, Puzo estaba familiarizado con el código de honor de esos gangsters que dirigían sus negocios mientras comían spaghetti. Su breve historial delictivo le permitió recrear con eficacia un mundo dominado por la traición y el afán de poder.

Puzo murió en 1999, dejando una novela inacabada, que relataba las peripecias de la familia Borgia. Su viuda, la escritora Carol Gino, acabó el libro con la ayuda del historiador Bertram Fields. Se podría pensar que estamos ante una obra colectiva, pero la narración está impregnada por los rasgos estilísticos que definen el universo de Puzo: una prosa ágil y contundente, unos personajes que rebosan humanidad, un argumento que mantiene el interés del lector hasta el final. La novela no oculta su propósito de entretener. Ya advirtió Cervantes que "no siempre se está en los templos".Lo que distingue al gran arte es su capacidad de recrear lo real con ironía y afecto. ¿Carece Los Borgia de esta cualidad? Mi opinión es que no.

La mirada de Puzo está llena de humor y ternura. Alejandro Borgia y sus hijos no son meras recreaciones de una galería de tipos unidos por la infamia. Frente al estereotipo de un papa venal y promiscuo, Puzo nos muestra a un padre amante de su prole, incapaz de creer en un Dios enemigo del placer y abrumado por la responsabilidad de ordenar la muerte de inocentes para garantizar la estabilidad política. Sus acciones no son hijas del mal, sino de la necesidad. Sólo en su lecho de muerte comprenderá que "el poder por sí solo no es un ejercicio de virtud". Lucrecia tampoco es esa mujer fatal que envenena a sus maridos entre un amante y otro, sino una joven confundida y delicada, cuyo amor incestuoso sólo es una prolongación de su adoración por su hermano César. En cuanto a éste, lejos de esa perversidad que le atribuyen sus enemigos, todo revela que conoce la indulgencia y el sentido de la amistad. Su sensibilidad le permitirá apreciar la escultura del joven Buonarroti o conversar con Maquiavelo sobre el arte de gobernar. La historia de los Borgia se prestaba a un relato salpicado de violencia y excesos. Sin embargo, Puzo ha rehuido el efectismo para mostrarnos el interior de unos personajes forzados a "vivir una vida elegida por otros". No sin cierto fatalismo, los hechos se encadenan, evidenciando que en la Italia del Renacimiento no se puede sobrevivir sin agresividad y cinismo. Si prevaleciera la virtud, no sería necesario actuar de esa manera, pero la inclinación natural del hombre hacia el mal, obliga a desoír los reparos morales. Este descarnado realismo es la motivación última de los Borgia. Condenarlos a ellos sería condenar al género humano.

No hay en Los Borgia el alarde erudito de El nombre de la rosa, ni el talento verbal de Bomarzo, pero escenas como la desesperación de Alejandro ante la muerte de su hijo Juan o el primer encuentro carnal entre César y Lucrecia, cuyos cuerpos se acoplan en presencia de su padre, mientras éste fantasea sobre lo que sintió Dios al contemplar a Adán y Eva en el Edén, apuntan que nos encontramos ante una obra mayor. Morir de éxito no es un privilegio de los políticos. Algunos libros también tienen que luchar contra la fama de sus autores. ése es el caso de Los Borgia, que tendrá que vencer muchos prejuicios para obtener el reconocimiento que merece.