Image: Los años ingleses

Image: Los años ingleses

Novela

Los años ingleses

Norbert Gstrein

2 enero, 2002 01:00

Norbert Gstrein

Trad. D. Najmías. Tusquets, 2001. 301 páginas, 2.500 pesetas

La exploración del pasado suele demorarse en los grandes acontecimientos, eludiendo esos episodios menores que cuestionan la historia oficial. Autor de cuatro novelas y un puñado de cuentos, el escritor austriaco Norbert Gstrein ha construido un relato que recrea uno de los hechos menos conocidos de la segunda guerra mundial. Atemorizado por una hipotética quinta columna, el gobierno británico deportó a la isla de Man a los ciudadanos del Reich que, al estallar el conflicto, se hallaban en suelo inglés. No distinguió entre refugiados políticos y simpatizantes de Hitler. Judíos y antisemitas compartieron el mismo destino. Entre ellos, se encontraba Gabriel Hirschfelder, escritor austriaco de raíces judías.

La pérdida de su autobiografía, que relataba, entre otras cosas, un supuesto homicidio, despertará el interés de una anónima narradora, empeñada en recuperar el manuscrito. Durante su búsqueda, se entrevistará con sus ex mujeres y viajará Londres, Viena y la isla de Man. Sus pesquisas tendrán un desenlace sorprendente. Hirschfelder es un impostor. Ni siquiera le pertenece su nombre. Ha vivido la existencia de otro, pero, al cabo del tiempo, se ha fundido de tal forma con su impostura que ya no se puede hablar de mentira, sino de la tragedia de un hombre que no sabe quién es.

Gstrein ha elaborado un relato complejo, utilizando con maestría la primera y la segunda persona. La combinación de ambos registros muestra eficazmente la perplejidad de un yo que se interpela (Hirschfelder) y otro (la narradora) que se constituye mediante la reconstrucción de una vida que no es la suya. El itinerario es distinto, pero hay algo común: la búsqueda de la propia identidad. Al usurpar la personalidad de otro, Hirschfelder, incapaz de distinguir entre recuerdos reales o imaginarios, no puede evitar la sensación de estar matándose a sí mismo. Es un impostor y ya se sabe que los impostores no encuentran cobijo. Excluidos de cualquier forma de sinceridad, no conocen otra paz que vivir ocultos. A partir de este conflicto, Gstrein indaga en la experiencia del exilio y la deportación. Los campos de concentración ingleses no son tan inhumanos como los alemanes, pero su rutina es igualmente embrutecedora y destructiva. El verdadero Hirschfelder ni siquiera puede refugiarse en los recuerdos, pues ya no tiene patria y su padre -ario y antisemita- nunca reconoció el fruto de su relación con una judía. Sin presente ni pasado, sólo puede aferrarse a unas cuantas fotos borrosas. La crueldad de la política tampoco le permite soñar con utopías.

Todas estas especulaciones, no impiden que la novela también se pueda leer como un relato de suspense, con buenas dosis de intriga y expectación. Es una lástima que las últimas páginas transiten por un final previsible, pero este recurso apenas malogra una brillante ejecución, donde no se advierten desequilibrios. Gstrein no oculta su pesimismo. De alguna forma, todos fingimos ser lo que no somos; todos estamos exiliados y "es imposible recuperar el tiempo perdido". Si miramos en nuestro interior, sólo encontraremos "un fantasma", un vacío colmado por las cambiantes identidades que nos asignan los otros. Al igual que Améry, Gstrein entiende que sólo nos queda una patria: la escritura, pero no debemos teorizar sobre este recurso, pues descubriremos que sólo es "otra versión", una mentira más que perpetúa el concierto de las simulaciones. Si Sebald representó el regreso de la "gran literatura", Gstrein nos trae la promesa de su continuidad.