Image: Un ángel muerto sobre la hierba

Image: Un ángel muerto sobre la hierba

Novela

Un ángel muerto sobre la hierba

María Fernanda Santiago Bolaños

13 febrero, 2002 01:00

María Fernanda Santiago Bolaños

Linteo. Orense, 2001. 310 páginas, 15’42 euros

En el superpoblado, mediatizado y confuso panorama narrativo español de los últimos años hay, por fortuna, algunos escritores nuevos que casi en silencio están creando una obra literaria valiosa, sin prisas por llegar al éxito fácil aunque ello no deba justificar la escasa repercusión que suelen tener en las páginas culturales de los medios de comunicación.

María Fernanda Santiago Bolaños (Madrid, 1962) es una de estas voces que ya ha probado su valía como autora de ensayos literarios, poesía y novela. En este último género realizó su primera incursión con una obra compleja de sorprendente madurez: El tiempo de las lluvias (1999), novela coral en la que se recrea la memoria familiar de la Maragatería encarnada en el espacio imaginario de Castroluce a lo largo de los dos últimos siglos. Un ángel muerto sobre la hierba, su segunda entrega, constituye un reto de signo diferente en el proyecto literario de esta autora que reafirma su ambición artística de permanencia apostando por la novela lírica en un texto fragmentario con estructura musical en donde se privilegia la poesía y la calidad de página sobre el relato de sucesos.

La novela está compuesta en forma de variaciones musicales que recrean melodías del tema central. Por ello la cita de Bach, autor de las Variaciones Goldberg, se repite en algunos momentos estratégicos. Y al cabo se van recogiendo las líneas fundamentales hasta completar el texto sobre sí mismo, pespunteado de recurrencias, uniendo principio y final como se exterioriza en la numeración -ascendente en la primera parte y descendente en la segunda- de todos los fragmentos que siguen a las dos respectivas arias. Con esta estructuración se desarrolla una trama muy leve que gira en torno a una misteriosa historia de amor y muerte ambientada en el primer tercio del siglo XX, con veladas alusiones a grandes acontecimientos históricos percibidos desde una levítica ciudad del Noroeste. Hasta allí llega un hombre fascinado por el hechizo de una mujer a la que amó. Ahora, en el café donde cultura y bohemia se dan la mano, el personaje revive el pasado a partir de la lectura del diario personal de la amada. Otra mujer que acude al café actualiza aquellos recuerdos y la misma poasión. De modo que también Alba y Marta son sendas encarnaciones de una pasión que nunca muere. Así parece indicarlo el fragmento último, "aria da capo", con su remisión al comienzo y proyección al futuro en la figura del muchacho soñador y su recuerdo de la mujer que lo inició en la poesía.

La historia de amor sugerida en Un ángel muerto sobre la hierba revela también una sentida lección de amor a la literatura, al arte, a la belleza. Si la vida es un sueño que no se cumple nunca, la creación artística puede ofrecer vías para hacer más soportable la radical insatisfacción humana. Vida y literatura se funden así en un texto donde todo busca la esencialidad. Salvo los de Alba y Marta, los demás personajes carecen de nombre, reducidos al genérico de su profesión de joven médico poeta, pintor, escultor, militar músico y poeta, etc., o designados con algún atributo externo.

La misma ciudad surge como espacio que es necesario inventar para sobrevivir. Se trata de Orense, bien reconocible en esta imaginada Calpurnia, a orillas de un río, con su catedral y su viejo puente romano, sus velos de niebla, la lluvia y el fenómeno de las aguas térmicas. En su marco provinciano nunca pasa nada. Pero, literaturizada por medio de la imaginación, haciendo vida cotidiana a partir de lo leído y soñado en los libros, la ciudad se transforma en un espaico mítico que puede encerrar el mundo entero. Así se cumple la idea de que lo universal es lo local sin fronteras. Porque en su pequeño ámbito se escuchan los vagidos de la historia y sus gentes encarnan temas y problemas universales. En un texto polifónico, lleno de homenajes literarios, con escasa narratividad, lo cual reclama lectores exigentes, que verán su esfuerzo recompensado por el aliento poético de una prosa muy cuidada en su ritmo, en sus percepciones sensoriales y en su capacidad de sugerir.