Terraza en Roma
Pascal Quignard
17 abril, 2002 02:00Pascal Quignard
No es un secreto que la novela ha entrado en el nuevo siglo con graves problemas para definir su campo de acción. Mientras algunos textos intentan resucitar las formas narrativas del XIX, otros conciben la escritura como una experiencia total donde la hibridez ha sustituido a la división canónica en géneros.Es el caso de Quignard, autor de títulos de difícil clasificación que se constituyen como secuencias de un ambicioso proyecto que mezcla la investigación histórica, la prosa poética y el tratado filosófico. Terraza en Roma es un pequeño relato donde se narran las peripecias de Meaume, grabador francés del XVII, desfigurado por un amante despechado que le arroja ácido a la cara. Esa desgracia marcará el inicio de su vida errante, que desembocará en Roma. Allí sufrirá el ataque de un joven que le confunde con otro. El agresor nunca sospechará que ha estado punto de matar a su propio padre.
Terraza en Roma es una de las novelas menos complejas de Quignard. Organizada en forma de estampas, la vida trágica y trashumante de Meaume discurre al compás de una conciencia artística que percibe el mundo como una constelación de analogías. Sus aguafuertes en negro observan los "lugares naturales" no como espacios físicos, sino como seres vivos. Meaume no ignora que las imágenes que salen de sus manos no son expresiones de su subjetividad, sino meras objetivaciones de la materia. Próximo al panteísmo, se define como "un hombre al que las imágenes atacan", pero esas imágenes proceden de "una tiniebla que parece carmesí a fuerza de negrura". Sus aguafuertes pretenden ir más allá de las apariencias. Lo que se muestra es una máscara que vela la verdad de cada forma. Esta concepción del arte, que recuerda la fenomenología de Husserl, presupone los límites del conocimiento humano. Nuestros ojos sólo perciben apariencias. La esencia de las cosas sólo se manifiesta ante una inteligencia dispuesta a poner entre paréntesis sus falsas certezas.
Terraza en Roma no es ensayo, pero tampoco novela. Su protagonista, cuya deformidad contrasta con la belleza de sus creaciones, entiende el arte como algo próximo a las pinturas negras de Goya o los cuadros de Rembrandt, que encuentran dignidad donde otros sólo perciben desorden o fealdad. Quignard no siempre consigue lo que busca. Su poética minimalista se despeña en ocasiones por su preciosismo y su estilo meditabundo cae a veces en una solemnidad gratuita. Sin embargo, Quignard es uno de los grandes de la literatura francesa. Su capacidad de discurrir por el pasado hasta encontrar los orígenes míticos de cada forma o la fuerza visionaria de sus imágenes componen una obra de gran calado. Los que entienden la lectura como un ejercicio de comprensión verán cumplidas sus expectativas, agradeciendo la intensidad de una escritura donde la palabra se enfrenta a los límites del lenguaje y el conocimiento asume su impotencia para ir más allá de sí mismo.