Javier Marías: "Demasiados críticos quieren que escribamos como notarios"
Javier Marías, por Gusi Bejer
Pregunta: Tu rostro mañana comienza así: “No debería uno contar nunca nada”... ¡Menudo arranque para una novela de casi 500 páginas, que es la primera parte de la obra completa! Respuesta: Sí, se lo he puesto fácil a mis detractores, pero pasamos demasiado tiempo intentando contar la vida. Y la vida no es contable porque en el mismo momento de hablar, ya modificamos el pasado. P: También escribe que cuando uno se hace consciente de su valía “le entra el miedo a no estar a la altura de sí mismo”. ¿También usted? R: No. Precisamente he procurado siempre no tener una concepción circense de la literatura, eso del “más difícil todavía”, y no me siento obligado por lo que he escrito antes. P: ¿Cuando habla de concepción circense se refiere sólo a eso? R: Bueno, también a esas declaraciones de algunos colegas que dicen aceptar desafíos como, no sé, escribir como una mujer. P: ¿Por qué publica sólo la primera parte del libro? R: Tenía que elegir entre dos descortesías, la de publicar un libro desmesurado de mil páginas o la de hacer esperar al público. Elegí la segunda porque como lector siento aversión por los libros muy extensos, me dan una pereza espantosa. P: ¿Puede adelantarnos algo de esa segunda parte? R: Ni puedo ni quiero. No tengo nada decidido, porque me gusta escribir con brújula pero sin mapa, sabiendo adónde quiero llegar pero no cómo. Eso sí, los personajes no se me van rebelando como a otros, jé. P: Recupera en el libro a Jacobo, Jacques, Iago Deza, de Todas las almas... R: Sí, aunque en esa novela no tenía nombre ni ésta es una continuación. Han pasado 13 ó 14 años y la vida le ha cambiado. Su voz es distinta. P: También recupera a Toby Rylands a través de un personaje, Peter Wheeler, que además de su amigo resulta ser su hermano. R: Sí, son personajes diferentes pero emparentados por algo más que la sangre, por el espíritu. También sus biografías son paralelas. P: ¿Wheeler es en realidad Peter Russell, a quien está dedicado el libro? R: Sí, le pedí permiso para utilizar su continente, para decirlo de manera pedante, su biografía real, su cáscara. Y me dejó fabular con ella. P: No es el único homenaje. También evoca cómo el padre de Deza fue delatado tras la guerra civil por su mejor amigo. R: No es un homenaje, es un préstamo. Mi padre ya lo había contado en sus memorias, sólo invento las conversaciones con él. P: Lo no inventado es la traición. R: No. Aunque todos podemos ser traicionados en algún momento, no dejo de preguntarme qué pasa para que tu mejor amigo te traicione y te lleve a la muerte. Cómo no puedo prever su rostro mañana, saber si va a ser mi verdugo o mi salvador. P: Quizá sea importante no olvidar episodios como ese. R: No sólo eso. A mí me parece muy bien que tras la muerte de Franco no se ajustasen cuentas pendientes, pero es indecente que gente que se comportó de forma detestable durante o después de la guerra, tuviera la desfachatez de inventarse exilios imaginarios. P: Parece incluso como si no importara... R: Espero que no tenga razón. Probablemente nadie de mi generación puede juzgar lo que la gente hizo, pero 27 años después de la muerte de Franco no se puede saber lo repugnantes que fueron muchos. P: Al menos también está la otra cara, la de quienes dicen no. Como Savater. R: Sin duda. Ni siquiera los que somos amigos suyos y le admiramos como escritor y como hombre nos damos cuenta de lo que está haciendo, y con cuánta generosidad, valor y dignidad. P: Volviendo al libro, es apasionante el trabajo del protagonista... R: Sin ser un visionario o un psicólogo, intenta averiguar en qué se va a convertir aquel a quien estudia, si sería capaz de matar o morir o traicionar. P: ¡Qué difícil! R: Sí, porque como dice Yeats nada es nunca puro y sin mezcla. El libro trata de eso. De que en el fondo sabemos más de lo que aceptamos saber. De que la gente odia el conocimiento y las certidumbres. Es preciso no conformarse y aprender a mirar y pensar. En todos los órdenes, también en literatura. P: Me imagino que su novela será un ejemplo. R: Al menos los personajes son gente inteligente, que habla y reflexiona, no resultan esquemáticos ni son esos estrafalarios, asesinos o jóvenes descerebrados que proliferan en nuestras letras. P: Dice en el libro que hoy los críticos españoles crucificarían a Shakespeare. R: Me preocupa lo anticuados que son o se han vuelto algunos, que hacen reproches absurdos, señalando supuestas incorrecciones cuando se trata de forzar la lengua, como hicieron Góngora o Shakespeare. Parece que quieren que todos escribamos como notarios, pero en literatura hay que correr riesgos. P: ¿Se equivocan quienes intenten identificar a ese editor “jactancioso” que “desconoce la gratitud”? R: Por supuesto, hay mucha gente así. Demasiada.