Isla sin mar
Fernando Delgado
5 diciembre, 2002 01:00Fernando Delgado. Foto: Mercedes Rodríguez
Al igual que ha hecho en sus más recientes textos narrativos, Fernando Delgado busca en Isla sin mar atender las exigencias de la literatura sin cerrar las puertas a una gran mayoría de lectores.Esta nueva novela suya parte de un esquema narrativo cada día más frecuente, el relato que despliega misterio y guarda para el final la resolución del secreto. En la tercera parte de la obra se aclara el enigma que desde un comienzo se ha planteado como su fuente: el joven Tristán quiere aclarar si "es verdad que el bisabuelo murió dos veces y las dos ahogado".
La respuesta a tan llamativo enigma llega por una doble vía. Una consiste en una recapitulación familiar de Tristán, a medio camino del libro de viajes y de la novela, que su abuela lee y comenta al nieto. La otra fuente está en un testimonio sonoro póstumo de la propia abuela. Dicho así, parece un argumento sencillo, al servicio de un relato también sencillo. Pero no lo es.
Las anécdotas tienen un interés sólo relativo. Ello se debe a que Delgado anda cerca de lo que llamamos literatura pura, menos atenta a los sucesos que al modo como se relatan y a su dimensión simbólica, y muy vigilante del estilo. Isla sin mar se vincula antes con la modernidad narrativa que con la novela tradicional. Me parece importante subrayarlo para no pedirle lo que no puede ni quiere dar. Una parte de esta novela "modernista" la ocupan las reflexiones sobre la propia escritura. Se explica qué papel tiene el novelista ("es casi siempre un detective") y se concibe la novela a caballo del reportaje y de la invención. Da a entender que todo, la literatura y la vida, viene a ser un viaje y los viajes desembocan en el conocimiento. Esta dimensión existencial de la novela nos acerca a la idea itinerante de la vida. Además, el relato atiende a las circunstancias históricas recordando las violencias de la guerra civil.
Isla sin mar resulta la crónica inventiva de un viaje que se remonta a través de la memoria y de la geografía hasta las raíces y a lo largo del cual se habla de la identidad, del amor, del egoísmo, del arte... Al final la novela muestra la condición solitaria del ser humano superponiendo una idea ("la isla que somos") y un paisaje, el muy sentido y vivo de Tenerife y La Palma.
Novela culta, filosófica y especulativa, también a trechos bañada en aliento poemático, no falta en ella una fibra cordial. Así que sin perder su básica condición artística, también tiene un alcance emotivo. Y mayor sería éste si el autor hubiera actuado con más prudencia en un aspecto que no resulta muy afortunado, la construcción de la trama. Hay una tendencia a enrevesar la historia principal y extender velos de innecesario retorcimiento. Aquí y allá, Delgado añade apuntes que literaturizan el conflicto central o le dan una dimensión trascendente excesiva, y ello se pone de relieve en el desenlace, cuando resulta que el misterio de la doble muerte no era tan extraño. De haber limitado la tendencia al rebuscamiento, la novela habría ganado mucho en uno de sus flancos, el de los efectos comunicativos que busca el autor.