Luisa Castro: "Soy una kamikaze con paracaídas"
Luisa Castro, por Gusi Bejer
Pregunta: ¿En qué sentido esta novela es “una derivación de la primera, casi desperdiciada”? Respuesta: En ninguno. Esta novela contiene muchas ironías que no vale la pena explicar. Se desharía. P: ¿Por qué y con quién le gustaría ajustar cuentas? R: Todos los ajustes de cuentas son ridículos. Creo que he escrito un libro limpio. P: ¿Viajes con mi padre demuestra que la mejor ficción es la realidad? R: Sólo demuestra lo mucho que me divertí escribiéndolo. O eso espero. P: En este libro, ¿dónde empieza la poesía y dónde la narración, dónde los recuerdos y la ficción? R: No importa, no se sabe, no contesta. P: ¿Realmente “la verdadera aventura es la del desarraigo y la soledad”? R: Pues claro, todas las aventuras externas son idénticas unas a otras. P: También asegura la protagonista que cuando vivía en la gran ciudad la simple compañía le parecía humillante... ¿Porque el artista lo es en soledad, porque fuera hay mucho ruido? R: Afuera hay mucha vulgaridad. Y un silencio ensordecedor. P: Aquel viaje con su padre ¿fue el mejor de su vida? R: Sólo fue un punto de partida para escribir esta novela. Pero es cierto que mi padre es un ángel. Una fuente inagotable. P: ¿Dónde le gustaría que le hubiera acompañado? ¿Se lo imagina en Nueva York? R: Le he echado de menos en todas partes. P: A su padre el mundo no le había cambiado... ¿y a usted? R: El mundo no nos cambia a nadie. Nos viste y nos desviste con disfraces muy variados. P: ¿Qué echa de menos de vivir en Barcelona, Madrid o Nueva York? R: De Madrid, los amigos. De Barcelona, el escenario pijo. De Nueva York, los baños rusos. P: ¿Y qué ha recuperado volviendo a Galicia? R: La risa. Aquí me río como en ningún sitio. P: ¿Cuál es la intención de la aparente sencillez de su libro? R: No hay ninguna inten-ción. Escribí el libro como un estallido de amor. Necesitaba alegría. P: ¿Tan mal se habían portado los críticos? R: Debo de ser una de las personas mejor tratadas por los críticos, sin mérito alguno por mi parte. Me gusta ponerme en lo peor. P: Para su madre, la palabra “nada” era la llave del paraíso. ¿Cuál es la suya? R: Creo que mi palabra es “todo”. Yo soy una kamikace con paracaídas. P: ¿Cree, como su padre, que existen dos tipos de personas, los diferentes y los iguales? R: El mundo está lleno de gente diferente. Se disimula como se puede, pero a mí todos me parecen muy raros. P: ¿El trabajo es cuestión de dinero o de dignidad? R: El trabajo es un castigo de Dios. P: Hablando de trabajo, le pregunto lo mismo que los huéspedes a su padre en el libro: ¿es muy duro el trabajo? R: Peor sería tener que pedir. P: Su madre soñaba con que su hermana y usted fuesen controladoras aéreas. ¿Cómo sueña el futuro de sus hijos? R: Me gustaría que fueran científicos. Y que fueran razonablemente felices. P: ¿Y cuál es su sueño imposible? R: Ninguno. Yo sólo tengo sueños posibles. P: ¿Y como escritora? R: Ser capaz de llegar al límite de mis posibilidades. Morirme tranquila, sabiendo que he dado todo lo que podía dar. P: “Los escritores sólo son impostores que han aprendido algunos trucos”. ¿Cuál es el más difícil? R: El truco más difícil es prescindir de todos los trucos, tirar para delante, escribir de lo que a uno le importa, y nada más. P: Escribe que las palabras “nos atan a su dictado, son las que elaboran nuestro futuro y nuestro pasado”. ¿Con qué consecuencias? R: Catastróficas, siempre catastróficas. Yo desconfío mucho de las palabras. P: “Sólo lo que no sucede no deja de suceder”. ¿Qué es lo peor de lo no sucedido? R: Lo peor de lo no sucedi-do es que no cesa, y a mí me gusta que las cosas empiecen y terminen. P: Escribió un Diario de los días apresurados. ¿Son estos más tranquilos? ¿Qué ha cambiado más en estos años: el mundo, el mercado editorial o usted? R: El mercado editorial. El mundo y yo seguimos siendo los mismos. P: Sí, pero ¿cuál ha sido su mayor cambió y por qué? R: Mi capacidad de amar se ha multiplicado. Antes no veía a quien tenía delante. P: Es inevitable acabar hablando del Prestige: ¿los intelectuales (no vamos a hablar de los políticos) han estado a la altura? R: Yo sí que quiero hablar de los políticos. Esta es una responsabilidad política, y no de intelectuales. A cada uno lo suyo. P: ¿A quién le gustaría enviar todo el chapapote? R: A los que intentan y siguen intentando hacernos pasar por tontos. P: ¿Y a un crítico, a un colega o a un editor? R: A algunos bastaría con enterrarlos en una montaña de libros basura.