Image: En nombre de la tierra

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Novela

En nombre de la tierra

Vergílio Ferreira

20 febrero, 2003 01:00

Vergílio Ferreira

Trad. Isabel Soler y Neus Baltrons. El Acantilado, 2003. 282 páginas, 18 euros

La proximidad geográfica no ha impedido que el lector español apenas frecuente las letras portuguesas. Vergílio Ferreira (Melo, 1916-Lisboa, 1996) es un perfecto desconocido en nuestro país, pero es autor de una obra exigente, cuya identificación inicial con el neorrealismo sólo marcó el punto de partida de un estilo que rechazó el conformismo.

Su prosa adquiere un carácter reflexivo, con fuertes acentos líricos, donde el compromiso social es desplazado por la introspección y la meditación sobre el sentido. ésta es la causa de que En nombre de la tierra (1989) fracture la sintaxis e ignore las convenciones del realismo. Concebida como una larga epístola dirigida a la esposa muerta, el libro relata las últimas semanas de un juez recluido por sus hijos en un asilo, donde la existencia queda reducida a la evocación del pasado.

La narración no escatima los aspectos menos tolerables del envejecimiento: el deterioro físico e intelectual, la rutina de una espera abocada a la muerte, el aislamiento social. Sin embargo, lo que prevalece no es el pesimismo ni la autocompasión, sino la realidad del cuerpo, su esplendor, única perfección posible en un mundo sin otra trascendencia que la materia. El narrador no concibe otro absoluto que el cuerpo de Mónica. La evocación de su desnudez sigue resplandeciendo en su memoria como un fulgor divino. Las abluciones de la vejez, su impotencia irremediable, no pueden borrar la fuerza de esa imagen. La muchacha del famoso fresco de Pompeya o el oboe del concierto KV 314 de Mozart apenas reflejan el milagro de la carne joven, su plenitud. El amor está más allá de los amantes y las palabras apenas pueden expresar su esencia.

El reino de lo corporal no está exento, sin embargo, de la imperfección de la vida. El juez se refiere una y otra vez a la Primavera del fresco pompeyano, pero esa imagen convive en la pared de su habitación con el dibujo de Durero, que representa a la Muerte como un esqueleto armado con una guadaña sobre un caballo famélico con un cencerro al cuello. La vejez nos hace grotescos. El cuerpo, profanado por el estrago del tiempo, pierde su familiaridad consigo mismo y con las cosas.

Ferreira invoca a la Tierra en el título porque concibe su libro como una oración que celebra la trascendencia del cuerpo. Prosa sagrada, de una religión sin más allá, que acepta el fracaso de la carne, pero también su efímero reinado. Primera novela de Ferreira traducida al castellano, En nombre de la Tierra pone a disposición del lector español una de las escrituras más poderosas y lúcidas de la literatura portuguesa contemporánea.