Image: La leona blanca

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Novela

La leona blanca

Henning Mankell

29 mayo, 2003 02:00

Henning Mankell. Foto: G.T.

Trad. C. Montes. Tusquets. Barcelona, 2003. 502 páginas. 20 euros

Las palabras utilizadas por Cernuda para escribir el obituario de Dashiell Hammett podrían servir para describir la literatura de Mankell.En ambos casos estamos ante una obra caracterizada por su consistencia en la creación de tipos humanos y situaciones expentantes.

Lo que nos ofrece no es muy distinto de lo que Cervantes exigía al arte novelesco: ternura, ironía y un inequívoco propósito de entretener. A diferencia de otros autores de best-seller, Mankell ha creado un universo propio, donde el tópico ha sido sustituido por una perspectiva nada complaciente sobre el comportamiento humano. Los años de trabajo no han conseguido que el inspector Wallander se acostumbre a la violencia irracional ni a las intrigas políticas. De mediana edad, separado, con problemas de sobrepeso y una prudencia que se confunde con la cobardía, sólo cuenta con su perspicacia para enfrentarse a cada caso. Esta vez, el asesinato de una mujer le llevará hasta Suráfrica, donde un grupo de bóers ha organizado un atentado contra Mandela.

Un asesino a sueldo se desplaza a Escania para preparar el crimen. Entrenado por un antiguo agente del KGB, nada transcurre cómo se había planeado y la intervención de Wallander frustra el magnicidio, no sin exponer a su propia hija a un secuestro. Matar a uno de los conspiradores durante un espeluznante tiroteo no le ayudará a sentirse mejor. Su incapacidad para asimilar su participación en la muerte de un hombre le obligará a pedir una baja temporal por depresión. Como en otras ocasiones, Mankell aprovecha la trama para exponer su punto de vista sobre la sociedad del bienestar, la inmigración, las desigualdades sociales y la incapacidad de los seres humanos para expresar sus emociones. Su perspectiva está impregnada de pesimismo, pero el tono amable y menor evita ese dramatismo de las grandes creaciones. La prosa es fun- cional, con destellos de lirismo, aunque sus novelas no delatan preocupaciones de carácter formal.

A pesar de estas limitaciones, sus dotes narrativas evitan que la acción se estanque y el interés del lector decline. El frío asesino del KGB o el agente surafricano que organiza la conspiración nos acercan a ese umbral de insensibilidad moral donde se desvanece la empatía y el respeto por los otros. Al igual que Hammett, Mankell responde a nuestra necesidad de recorrer historias bien articuladas que no renuncian a conocer el espíritu humano, pero su obra carece de la profundidad de autores como Kertész, que en Fiasco nos ofrece una interpretación de la cultura, donde el pesimismo está iluminado por una clarividencia capaz de advertir que hoy el hombre no es una mercancía sino algo que simplemente está de más.