Image: El edén de los autómatas

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Novela

El edén de los autómatas

Alonso Guerrero

20 mayo, 2004 02:00

Alonso Guerrero. Foto: Chema Tejada

Plaza & Janés. Barcelona, 2004. 208 páginas, 16’50 euros

Las novelas giran entre dos polos, la acción y las ideas. Unas procuran el equilibrio de ambos factores y otras se inclinan sin medias tintas por uno de ellos. Alonso Guerrero se entrega sin reservas al relato intelectual en El edén de los autómatas y hace una narración de pensamiento pura y dura.

Este peligroso enfoque queda claro bien pronto. En cuanto uno se encuentra con dos personajes apodados Hamlet y Ofelia, y con otro, Eduardo, que es filósofo de profesión, y hace tiempo en un bar leyendo el Tractatus de Wittgenstein. Abundan las menciones cultas: Spengler, Cioran, Nietzsche, Kant, Dostoievski o Bernhard, aunque tampoco falta Stephen King. También se hallan referencias dispersas a la poesía provenzal y parnasiana, al arte prerrafaelita. En fin, salteadas aparecen un puñado de voces infrecuentes: adujar, aparranar, apontocar, reluctante, esmorecer, ruminación...

La suma de estos elementos da el resultado que puede preverse: una obra de un fenomenal culturalismo. Pero no es éste un enfoque postizo o exhibicionista, sino el tratamiento pertinente a una problemática especulativa. Guerrero hace un libro de ideas en el que se discuten dialécticamente cuestiones éticas, políticas y vitales. Entre otros asuntos, ninguno banal, aborda ciertas disyuntivas radicales: la utilidad de la política, las contradicciones de la democracia, los valores de nuestra época, la verdad y la mentira. Teniendo en cuenta estas preocupaciones, se comprende que la acción posea poca importancia para el autor, y, en efecto, apenas la parte anecdótica consiste en otra cosa que en la percha donde colgar esas cuestiones y en el escenario (personal y urbano) en el que dar rienda suelta a una total querencia por lo abstracto y especulativo. No es que no exista trama, ni que ésta no posea interés. De hecho, Guerrero traza una especie de novela criminal que refiere las andanzas de un grupo político nazi y expone las vicisitudes de unos idealistas caídos en las redes del fanatismo. Además, esa peripecia de misterio intercala una retorcida historia de amor. Pero este material anecdótico y los propios personajes valen poco por sí mismos. Están subordinados al debate intelectual. No lleva a cabo Guerrero este exigente proyecto de manera descuidada. Un elemento básico es la constante tensión entre lo abstracto y el realismo cotidiano. Esta fábula alegórica se emplaza en escenarios anotados con puntillismo costumbrista y se adorna con mínimos datos veristas. Por el contrario, cualquier menudencia se dispara hacia categorías generales.

Guerrero persigue una meta clara: busca un relato filosófico para despertar la reflexión del lector. El resultado es, en la forma, una novela original, arriesgada, minoritaria y difícil. Y en su sentido, un texto de fondo duro, escéptico y revulsivo, al borde del nihilismo. No abunda esta especie de escritor nada complaciente y serio, y ello compensa del desinterés un poco excesivo de Guerrero por lo propiamente novelesco.