Jugadores
Don DeLillo
2 diciembre, 2004 01:00Don DeLillo. Foto: Archivo
Mi última reseña, sobre la novela Semillas mágica, del premio Nobel V. S. Naipaul, giraba en torno al terrorismo como salida existencialista a un personaje agobiado por las injusticias. Y ahora, apenas una semana después, me veo escribiendo prácticamente del mismo tema, al reseñar Jugadores, del célebre novelista norteamericano Don De Lillo.Lo que no pasaría del terreno puramente anecdótico se antoja sintomático si tenemos en cuenta que los autores de las dos novelas reseñadas, Naipaul hace unas fechas y DeLillo hoy, apenas si tienen algo más en común que expresarse en inglés y, por si fuera poco, el tiempo transcurrido entre una y otra es de casi tres décadas (DeLillo publicó Jugadores en 1977, y Naipaul Semillas mágicas en 2003). No pretendo conjeturar sobre las similitudes entre una y otra, pero tampoco está de más llamar la atención sobre el hecho.
Jugadores no tiene la calidad literaria de White Noise, Libra o End Zone, sus tres novelas, estaremos de acuerdo, más "impactantes"; sin embargo en Jugadores encontramos algunas de las constantes, de las obsesiones que configuraran la singularidad de DeLillo, desde el soporte estructural hasta el argumento.
Los protagonistas son Lyle y Pammy, una acomodada y joven pareja neoyorkina; modélica, en el más amplio sentido de la palabra, pues no dejan de ser el fiel modelo de tantas otras y, al mismo tiempo, llevan una vida envidiable por lo desahogada. Lyle trabaja en la bolsa y Pammy en una empresa llamada "Consejo de Gestión del Duelo" situada en las torres gemelas. Sin embargo han perdido la ilusión: "El futuro se nos ha caído encima hecho pedazos" (pág. 24). Esa sensación de iniquidad se repite una y otra vez -tal vez de forma excesivamente explícita- en la primera parte de la obra: Pammy "detestaba su vida. Era una cosa de medio pelo, una molestia menor. Tendía a olvidarla a la primera de cambio" (pág. 43) y "decía una y otra vez: Qué aburrido, qué coñazo, me aburro." (pág. 65). Tampoco Lyle es mucho más feliz. Se pasa el día viendo la televisión, cambiando los canales en busca de algo que le libere de la tediosa rutina. Incluso el sexo, "actuar", se ha convertido en una actividad mecánica y rutinaria que necesariamente debe formar parte de la convivencia como cualquier otra acción; lo importante era que Pammy quedara "satisfecha": Lyle se ponía "a su servicio" y "ambos harían esfuerzos para interactuar" (pág. 46).
Todo cambia cuando un hombre es asesinado de forma extraña en el mismo parquet de la bolsa neoyorkina. Se trata de un grupo terrorista con el que Lyle, entrará en contacto llegando incluso a formar parte de la célula. Pammy, confusa y desconcertada por la actitud de Lyle decide emprender una vacaciones con una pareja de amigos homosexuales. A partir de ese momento, la segunda parte de la obra, los dos protagonistas creen haber encontrado un nuevo sentido a sus vidas; sin embargo, más pronto que tarde se aventura el retorno a la cotidaneidad. A fin de cuentas, ya se sabe, en el "juego" unas veces se gana y otras se pierde.
Don DeLillo aborda de forma clara y definitiva en esta novela una de sus principales preocupaciones como narrador: la tragedia personal como reflejo de la tragedia social (¿o será tal vez al revés?). En Underworld lo afirmado alcanza su expresión más gráfica pero es en Jugadores donde lo plantea por primera vez en torno a una estructura que, si bien no podemos calificarla de fragmentada, sí que se plantea en torno a la fractura narrativa. Resulta también significativo que tanto el tema como ciertas particularidades de la obra se antojen plenamente actuales, incluso pudieramos pensar que DeLillo ha forzado el argumento en vista de los luctuosos sucesos que cambiaron la historia del mundo. El diseño psicológico de los personajes, de los protagonistas, no es tan elaborado como en las novelas anteriormente mencionadas; tampoco resultan plenamente convincentes las acciones de algunos personajes como la tragedia final de Jack, uno de los homosexuales -o tal vez no- con los que viaja Pammy; sin embargo sí que logra recrear de forma magistral el zeitgeist de las relaciones entre la pareja protagonista. Ellos, como nosotros, tal vez llegaron a entender que "No era nada malo sucumbir a unos cuantos sentimientos falseados" (pág. 246).