Image: Las amantes

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Novela

Las amantes

Elfriede Jelinek

9 diciembre, 2004 01:00

Elfriede Jelinek. Foto: U. Bock

Trad. S. Cañuelo y J. Jané. El Aleph, 2004. 185 págs, 18 euros

Coincidiendo con la entrega del premio Nobel se han recuperado en español otros dos títulos de Jelinek, quizá los más famosos: Deseo (Destino) y La pianista (Mondadori). El primero narra la historia de un marido aterrado por el fantasma del sida que decide que sea su esposa quien sustituya a sus prostitutas, hasta que ella decide sustituirle a él por un joven aún más manipulador. La segunda, trasunto de la propia vida de la escritora, es la historia de una joven destruida por la ambición de su madre. Es decir, relatos de mujeres "borradas" por los demás, víctimas en realidad de su cobardía.

La concesión del Nobel a Elfriede Jelinek (Styrie, Austria, 1946) no ha suscitado el consenso de años anteriores, cuando la Academia Sueca reconoció la excelencia artística de Kertész y Coetzee. Si reparamos en la escritura de Sebald o Handke, la sensatez nos impide afirmar que Jelinek es la mejor autora en lengua alemana de su generación.

Sin embargo, su obra no está exenta de interés, aunque en algunos momentos se aprecien notables insuficiencias. Las amantes apareció en 1975, pero no se había traducido hasta ahora. A pesar del título, las historias de Brigitte y Paula no son historias de amor, sino de insatisfacción. Ambas mujeres transitan por la vida, acumulando fracasos y frustraciones y cuando el éxito se materializa, siempre está lastrado por la pérdida o el engaño. Elfriede Jelinek no menciona su país natal, pero ese paisaje de montañas, valles y colinas pertenece indudablemente a Austria, una nación que posee un horizonte, "cosa que otros muchos países no tienen", pero que niega cualquier expectativa de felicidad a sus habitantes.

Para las mujeres austriacas de principios del XX, no hay "auténtica vida". Sólo los hombres tienen historia, destino. Las mujeres se implican en su peripecia, pero carecen de una trayectoria propia, independiente. La experiencia masculina siempre se proyecta hacia el porvenir. Las mujeres nunca trascienden el presente, que las recluye en una rutina de trabajo y renuncia. Aunque los sentimientos son más femeninos, la sexualidad pertenece a los hombres. Las mujeres están privadas de deseo, pues el deseo está asociado a la libertad, un privilegio masculino. El infortunio de las mujeres no evita que prospere la discordia entre ellas.

Si el hombre es el que, de alguna forma, le da el ser a la mujer, el matrimonio se convertirá en el umbral de la existencia verdadera. Las mujeres que se queden al margen, sólo podrán aspirar a una vida insuficiente. Jelinek entiende que el matrimonio es una cárcel, donde la mujer consuma la renuncia a su propia identidad.

Brigitte y Paula desconocen la esperanza. Están prácticamente muertas y sólo el odio les recuerda de vez en cuando su capacidad de emocionarse. El resto de su existencia transcurre entre el tedio y el consumo. Jelinek apunta que su fracaso actúa como un mecanismo de compensación. La humillación ajena nos devuelve la autoestima. La crueldad es un componente esencial de las relaciones humanas. La agudeza de estas observaciones no impide que la prosa de Jelinek bordee el ridículo en ocasiones. Por ejemplo, al afirmar que "el amor pasa, pero la vida queda" o cuando sostiene que un hombre sólo ve en una mujer un cuerpo "y no toda la riqueza que se esconde detrás". La puerilidad de estos comentarios resta altura a la narración, pero no hasta el extremo de anular sus méritos.

El estilo de Jelinek se basa en la frase corta, la elipsis y la simetría, introduciendo las mayúsculas para subrayar algunos significados. Se trata de una escritura desigual, pero de indudable valor, aunque muy lejos de la excelencia de Sebald, cuya ausencia se hace cada vez más dolorosa para los amantes de la gran literatura. No está de más, sin embargo, internarse en Los amantes para recordar esos infiernos domésticos donde se consumen tantas mujeres anónimas.