Image: La casa y el viento

Image: La casa y el viento

Novela

La casa y el viento

Héctor Tizón

21 abril, 2005 02:00

Héctor Tizón. Foto: Alberto Cuéllar

Alfaguara. Madrid, 2005. 176 páginas, 11'60 euros

Escrita en España y publicada en 1984 en su país natal, al fin nos llega la novela de Héctor Tizón (Jujuy, 1929). En la misma editorial argentina ha editado, entre otras, A un costado de los rieles, El viejo soldado, Extraño y pálido fulgor, Luz de las crueles provincias, Tierras de frontera y se anuncian El hombre que llegó a un pueblo y Cuentos Completos.

Ex diplomático, juez en la actualidad de su provincia natal, residió en México, París, Madrid y Milán. Ha sido traducido y galardonado con prestigiosos premios: el Konex, Academia Nacional de las Letras, Consagración, el Gran Premio 2000 del Fondo Nacional de las Artes, el de los Dos Océanos. Sin embargo, su obra no ha sido promocionada en España, aunque su nombre figura a menudo citado entre los "nuevos" narradores argentinos, junto a Piglia.

La casa y el viento, incluso, fue considerada como una colección de cinco relatos en lugar de capítulos. Pero nos hallamos ante una novela: la huida hacia el exilio de un abogado que antes de abandonar su país, tras haber perdido a su familia, regresa a las remotas tierras donde transcurrió su infancia, cerca de la frontera boliviana. En el prólogo a esta edición, fechado en Yala, en 2000, recuerda que finalizó su primera redacción el 28 de febrero de 1982: "Por aquellos días escribir era para mí la única forma de salvación personal". En mayo de 1975 se había instalado junto a su familia en Cercedilla: "nuestro pasado inmediato eran los muertos, y sólo nos movilizaba el rencor y la nostalgia, que es ambigua y oscura". Novela de exilio, aunque en el tiempo interno anterior a él, detalla cómo puso fin a esta obra en una noche, escrita a la luz de dos velas, y revela cómo "comenzaba a liberarme de la memoria de los muertos".

Alguien comparó la prosa de Tizón con la de Rulfo. Es sentenciosa, nacida de las entrañas campesinas, rica en vocabulario, construida con frases cortas; prosa poética en la que no cabe alterar una sola palabra. El paralelismo con Rulfo puede establecerse, asimismo, con el paisaje. No es una imaginaria Comala, sino una geografía real, donde "la noche es blanca o clara". El retorno a la infancia constituye la búsqueda de la "casa". La casa fue el título inicial de Cien años de soledad. Aquí se trata de lo que se deja atrás. En este viaje nostálgico, casi místico, donde el novelista describe pero a la vez interioriza hasta confundirse con la tierra de la Puna, el viajero coincidirá con enigmáticos personajes que desconocen como él su destino o que le acompañan por algún tiempo en esta huida forzada por un enemigo que se concreta en las escasas escenas en las que aparecen, como espectros, fuerzas policiales. Resultará un itinerario sin rumbo aparente, aunque acuciado por un miedo difuso y el ambiente hostil. Poco sabremos del viajante Sanromán, pese a que compartirá con él la misma habitación en la pensión, o de la enigmática maestra con la que se cierra el viaje. En su diario anota que "éste será [...] el testimonio balbuciente de mi exilio; pero quisiera que también lo fuese de mi amor a esta tierra y a los hombres, a mis vecinos, en los días en que se acobarda, se aterroriza y mata". Permanecerá algunos días viviendo en las vacías aulas de una escuela, cuyos alumnos, según Ariana, la joven maestra envejecida, son "como animalitos". Luego aparece Amadeo, uno de los personajes más vitales del reducido friso de Tizón. Los ámbitos emocionales de Tizón están teñidos de nostalgia. La frase con la que se abre la novela constituye uno de sus grandes aciertos: "Desde que me negué a dormir entre violentos y asesinos, los años pasan". La dolorosa fuga se confundirá con el sentimiento de una pérdida entendida como definitiva.

En estas páginas intensas descubrimos a un escritor de una excepcional calidad, de una prosa intensa: un viaje a la desolación. He aquí un libro inolvidable, una auténtica obra de arte.