Image: La mujer justa

Image: La mujer justa

Novela

La mujer justa

Sándor Márai

5 mayo, 2005 02:00

Sándor Márai

Traducción de A. Csomos. Salamandra Barcelona, 2005. 416 páginas, 16’50 euros

El verdadero nombre de Márai era Sándor Grosschmid. Nació en 1900 en Kassa (hoy Košice, Eslovaquia), parte del Imperio austrohúngaro. Trabajó como editor en Budapest y se trasladó a Alemania, donde se dedicó al periodismo. Profundamente antifascista, la persecución comunista le empujó al exilio: Suiza, Italia y Estados Unidos. Nacionalizado norteamericano en 1952, alcanzó fama mundial con El último encuentro (Salamandra). En 1989 se suicidó en San Diego (California). No fue hasta después de su muerte cuando su obra se hizo popular a nivel internacional.

La obra narrativa de Sándor Márai revela un extraordinario conocimiento de las emociones humanas. La mujer justa recrea la peripecia de tres personajes que conocen la pasión, el desafecto, la traición y la soledad.

Peter pertenece a la alta burguesía centroeuropea. Su matrimonio responde a las exigencias de su clase social, pero su amor pertenece a Judit, una criada que no se conforma con ser su amante. La relación se rompe cuando se convierten en marido y mujer. Peter descubre que su amor sólo es un espejismo, una fantasía elaborada por la necesidad de sacrificarlo todo por un sentimiento. La pasión es una forma de inmolación, un acto de fe que transforma al objeto amado en un absoluto que justifica cualquier renuncia.

El ascenso social de Judit no borra el resentimiento inherente a la servidumbre. La falsa humildad prevalece sobre los afectos, frustrando la entrega y el entendimiento. El criado percibe la riqueza como una deidad menor. La admiración convive con el desprecio. Cuando evoca a Peter, Judit afirma que envejece como "una boquilla de ámbar". La decrepitud física no extingue la dignidad. Peter se acerca a la muerte en soledad, pero su fracaso no ha conseguido disipar la convicción de que sin pasión la vida es un error. No ignora que el amor siempre surge de un malentendido. Sólo es posible amar mientras el interior permanece inaccesible. La transparencia acarrea el fin de la ensoñación romántica.

Márai no se limita a las historias individuales. Su novela es un agudísimo retrato de la Europa de entreguerras, un paisaje dominado por una burguesía que identifica sus privilegios con el orden natural de las cosas. Las convenciones morales obligan a cultivar el secreto. Se elude la sinceridad y se exalta un pudor que justifica la hipocresía y el engaño. La experiencia del dolor no acarrea progreso moral, pero sí conocimiento y el conocimiento indica que la voluntad es impotente frente al destino. Los hechos no están predeterminados, pero hay una fatalidad que propicia el fracaso. La búsqueda de la belleza es inherente a la condición de hombre. Es un impulso trascendente, que refleja la resistencia a la mediocridad. Los personajes de Márai intentan enjaular sus sentimientos, pero casi nunca lo consiguen. Cuando la pasión se apaga, sólo queda el tibio resplandor de las cenizas, que ilumina el presente con la evocación de las promesas incumplidas. LaII Guerra Mundial pondrá fin a un concepto de civilización que había situado a la burguesía en el centro de la historia. Márai describe la aparición del comunismo en Hungría. La dictadura del proletariado se revelará como una nueva tiranía disfrazada de fraternidad. La incomprensión del proletariado ante el cambio político sólo corrobora el paradójico origen del socialismo, una utopía que brota de la mala conciencia de los hijos de la burguesía.

La maestría narrativa de Márai se evidencia en el perfecto equilibrio de los tres monólogos que reconstruyen lo sucedido. Cada voz tiene un timbre propio, que recoge una amplia gama de matices y una asombrosa plasticidad para fundir lo individual y lo colectivo. Los personajes meditan sobre su experiencia, sin moralizar ni condolerse del poder letal del amor, que exige una renuncia incondicional, sin ofrecer ninguna garantía de dicha. Márai no oculta la fuerza del sexo ni el misterio de la muerte, que aletea en la proximidad de los cuerpos anudados en la penumbra. La mujer justa, que se permite un breve elogio del tabaco, es una novela perfecta, que corrobora la excelencia de una escritura donde convive el aliento poético, el estudio psicológico y ese pesimismo libre de resentimiento que circula por las páginas de los grandes clásicos.