Mi querido Mijail
Amos Oz
29 septiembre, 2005 02:00Amos Oz. Foto: Santi Cogolludo
Amos Oz (Jerusalén, 1939) es un extraordinario cronista del fracaso, el desengaño y las esperanzas incumplidas. Marcado por el suicidio de su madre, sus novelas se caracterizan por un minucioso conocimiento de las emociones humanas.
El sufrimiento de Jana muestra cierto paralelismo con la tristeza de Jerusalén, una ciudad que no cesa de cambiar, pero que siempre está impregnada de melancolía. La ciudad no es un paisaje muerto, sino que se deteriora, de acuerdo con las peripecias de sus habitantes. Mientas Mijael se esfuerza en terminar su tesis doctoral, Jana sueña con dos gemelos que acechan su cuerpo, despertando sensaciones que aproximan el placer al misterio, a lo monstruoso. Las noches con Mijael reproducen esa tensión, pero aunque los cuerpos se funden, la mente de Jana consuma el adulterio, urdiendo encuentros imaginarios que recuerdan las ensoñaciones de Emma Bovary. Jana advierte que su capacidad de amar se extingue. Anhela el olvido, disolver su conciencia en las turbulencias de los sentidos, aniquilar ese yo que sucumbe una y otra vez a la amargura. Los gemelos que aparecen en sus fantasías son como los Dióscuros, dos mitades que no toleran la separación. Jana sufre una dolorosa escisión entre lo que anhela y lo que vive y no ignora que no conocerá la felicidad hasta que resuelva ese conflicto. La ruptura no surgirá de Jana, sino de Mijael, que se enamora de otra. La pasión de Jana se revelará como una pasión inútil.
La prosa limpia, lírica pero sin énfasis, de Amos Oz impulsa una narración, donde nada parece innecesario o gratuito. Su habilidad para recrear la psicología de sus personajes infunde verdad, borrando cualquier huella de artificio. Se advierte una asombrosa madurez en la ejecución del relato. Aunque se trata de su primera novela, Oz no incurre en ninguna ingenuidad narrativa o estilística. No hay alardes retóricos ni golpes de efecto. Todo está perfectamente ajustado y el uso de la primera persona no está lastrado por la afectación o la autocomplacencia. Una novela extraordinaria que suscitaba unas expectativas confirmadas por los libros posteriores. La tragedia de Jana parece tan absurda como esos juegos infantiles que se basan en la repetición, sin que medie ninguna regla capaz de discernir entre vencedores y vencidos. Al final, sólo prevalece la derrota, la certidumbre de haber acechado la felicidad, sin lograr traspasar ese umbral que media entre la plenitud y el vacío.