Novela

La ciudad invisible

Emili Rosales

13 octubre, 2005 02:00

Emili Rosales. Foto: Toni Garriga

Seix Barral. Barcelona, 2005. 285 páginas, 17’50 euros

No me extraña que la edición en catalán de La ciudad invisible haya sido un gran éxito de ventas. Su autor, Emili Rosales, muestra una incuestionable habilidad para construir una peripecia interesante en su contenido y amena en su exposición, y baraja todas las cartas capaces de producir ese resultado.

Tiene Rosales el innato instinto del buen contador de historias, y le añade mucho oficio, un diseño calculado de los episodios y una prosa cuidada. No tengo por qué ocultar que me lo he pasado muy bien leyendo la novela, que ésta agarra y uno desea continuar hasta saber qué les ocurre a los personajes y en qué para el misterio de la ciudad invisible.

Estos caracteres son propios de la simple literatura de consumo, según algunos. En este momento, más que emitir un juicio, me parece oportuno dejar constancia de ese rasgo para orientación de ese lector común que busca un entretenimiento respetuoso con la inteligencia y la sensibilidad. A esa meta, creo, se dirige Rosales con una novela que alterna dos planos históricos. Por un lado, se traslada a una época de empeños modernizadores no ajenos a una genérica problemática contemporánea, y eso aporta un considerable aliciente. Se trata de los tiempos de las novedosas ambiciones ilustradas de Carlos III, dentro de las cuales está el proyecto de levantar una ciudad de nueva planta, en la estela del San Petersburgo ruso, en el delta del Ebro.

Sobre esa "ciudad invisible", las ruinas de San Carlos de la Rápita, gira una parte de la novela y llega a través del memorial de un arquitecto italiano contratado por el monarca español. La otra parte tiene un marco actual, el siglo XXI, según se precisa, y en ella su protagonista y narrador, el galerista Emili Rosell, viaja a su propia juventud a partir del manuscrito inédito del arquitecto que una mano misteriosa le ha enviado. Al final, ambas tramas se funden.

Mientras el desenlace llega, va creciendo una enmarañada madeja de peripecias. En realidad, La ciudad invisible es una coctelera con varias clases de relatos: de acción, con aventuras, excursiones por parajes exóticos, traiciones, peligros, secretos…; de suspense, con alguna muerte y engaños, enigmas difíciles, ajustes de cuentas; de amor, con pasiones tórridas, afectos desventurados, celos, mujeres malas y una chica buena… A esta materia se añade una buena dosis de culturalismo, en la que andan en danza la arquitectura y la pintura. Y aún quedan referencias a la actualidad, con un político trapacero, el narcotráfico y el conflictivo trasvase del Ebro.

Rosales consigue que materiales tan heterogéneos no se le vayan de la mano, incluso cuando, rizando el rizo de tanta complicación, descubre en las últimas páginas un sonoro engaño y una inesperada relación entre Emili y el político. El ritmo de los sucesos, la atinada alternancia de acciones, el mantenimiento de la intriga… todo contribuye al placer de una lectura amena. Además, siembra pensamientos que enriquecen el plano aventurero, y los propios sucesos tienen una explicación no simple, pues son como el camino para hacer verdadera la idea seminal del relato, la opinión de que "solamente existe lo que se pierde".

Esta creencia, clave del retorcido final, es un vivo sentimiento del propio autor que traslada con intensidad a la ficción y con el cual impregna al narrador (no se pierda de vista el parecido entre los nombres del autor real y del personaje de ficción). A ello se debe el que la novela mantenga una fuerza emocional y un sólido fondo de verdad capaces de salvarla de la quema de los trucos y artificios que Emili Rosales derrocha con inmoderada generosidad.