Novela

El mar en ruinas

David Torres

17 noviembre, 2005 01:00

David Torres. Foto: Antonio Moreno

Destino. Barcelona, 2005. 202 páginas, 18 euros

Los héroes históricos o de ficción y los semidioses y dioses de la mitología grecolatina constituyen un tesoro de historias cuya fuente no ha dejado de manar ni siquiera en tiempos tan calamitosos como el nuestro en que se está consumando el ocaso de las Humanidades.

Autores importantes del siglo XX acudieron a los antiguos asuntos históricos y mitológicos para componer obras de muy diversa naturaleza, desde la recreación argumental más o menos fidedigna o lúdica de algún episodio hasta las más ambiciosas propuestas intelectuales o formales. Sin salir del género narrativo, bastará con recordar memorables aportaciones que van desde la experimentación formal de Joyce en su fundacional Ulises hasta la fantasía lúdica de Cunqueiro en algunas de sus mejores novelas, pasando por diferentes planteamientos intelectuales acometidos por R. Graves, M. Yourcenar, N. Kazantzakis o Torrente Ballester, entre otros. La estela de estos maestros en su indagación en la cultura grecolatina llega hasta nuestros días en autores jóvenes. Para probarlo será suficiente con la cita de Ariadna en Naxos (2002), buena novela de Javier Azpeitia que no tuvo el eco merecido. Y en esta línea de recreación de historias grecolatinas se inscribe la última novela de David Torres (Madrid, 1966), que fue finalista del premio Nadal en 2003.

El mar en ruinas es una continuación de la Odisea, con la recreación de algunos episodios y la invención de otros a partir de las epopeyas homéricas, más el aprovechamiento de informaciones de la Eneida de Virgilio y las Metamorfosis de Ovidio. El esqueleto argumental ideado por Torres imagina a Odiseo rey de ítaca, después de su regreso de Troya, al lado de Penélope y desposeído de su pasado heroico por las noticias de un tal Ulises, a quien se le atribuyen todas sus proezas. Ante su propio asombro, Odiseo abandona de nuevo a Penélope, que continúa con la tarea de tejer tapices con escenas que recreando el pasado anticipan el futuro, y sale por segunda vez en su viaje por el mar en busca de sí mismo y de sus encuentros con Circe, Calipso, las sirenas, etc. Pero ahora Odiseo viaja por un "mar en ruinas", viejo y decadente, de modo que el héroe no resiste la confrontación con su propio pasado, ni en sus aventuras amorosas con la bella hechicera o la seductora ninfa ni en la degradación hampona de los componentes de su tripulación.

Tampoco en ítaca corren mejores vientos en el palacio real. Telémaco es un mozuelo enclenque, caprichoso y siniestro que acaba desatando el terror; los pretendientes de la reina dejan paso a una cohorte de bardos ciegos y bohemios que se dedican a cantar lo que nunca pudieron ver; y Penélope se adueña del relato vislumbrando el futuro de horror, destrucción y caos en sus tapices y convirtiéndose en la voz narradora de la novela desde su perspectiva de mujer, madre, reina y esposa abandonada. Su visión predomina en los capítulos de la primera parte, ordenados por las letras del alfabeto griego, alternando la narración de cuanto sucede en ítaca con las aventuras de Odiseo. Narra en primera persona y, para salvar la verosimilitud de su relato, no siempre conseguida, se apoya en lo que a ella le contó antes Odiseo acerca de sus correrías. Pero la estrategia narrativa no acaba de completarse de forma convincente, pues en la primera parte Penélope cuenta los hechos en primera persona y dirige su relato a su nuevo hijo aún no nacido, mientras que la segunda parte, mucho más breve, presupone un salto demasiado brusco al estar contada en tercera persona por un narrador externo que completa el relato de horror en la hecatombe desatada en ítaca, la pérdida del hijo abortado por la persecución de las erinias y la destrucción de los pueblos griegos ante la llegada de otros guerreros con mejores armas. Lo mejor de la novela está en su tono y estilo por su acertada combinación de gravedad, humor y desmitificación, muy acorde con el verdadero núcleo temático de ocaso del héroe clásico en tiempos de miseria social y moral, aquí representado en la figura de un Odi-seo tramposo y decrépito incapaz de sostener su propia leyenda.