Novela

El retorno del profesor de baile

Henning Mankell

22 diciembre, 2005 01:00

Henning Mankell

Trad. Carmen Montes. Tusquets. Barcelona, 2005. 460 págs. 20 eurosz

La vida y el destino de los personajes de ficción pertenecen sólo a sus autores. Ignoro si Henning Mankell (Suecia, 1948) acaricia la idea de matar al inspector Wallander, pero aunque esta vez ha prescindido de él, no se ha alejado de su mundo. La rutina de la policía sueca reaparece en una trama que retrocede hasta la posguerra europea, cuando el genocidio perpetrado por el nacionalsocialismo obligó a reelaborar nuestra interpretación de la política, el derecho y la moral.

Las primeras páginas recrean la ejecución de doce criminales de guerra, sin ocultar que otros muchos lograron escapar de la justicia, adoptando una nueva identidad. La huida física no suprimió el sentimiento de precariedad. La culpabilidad raramente se manifestó, pero nunca se esfumó la posibilidad de que el pasado regresara para exigir una restitución. El asesinato de un policía sueco jubilado actúa como el hilo de una madeja que se deshace poco a poco, mostrando que el nazismo no es una ideología muerta, sino una
realidad que crece al amparo de las nuevas tecnologías. El antisemitismo ha sido desplazado por el odio a los inmigrantes y la fantasía del Reich milenario por la utopía de un capitalismo que imita a la selección natural, exterminado a los pobres y marginados. El joven inspector Stefan Lindman se encarga del caso. La investigación apenas le ayuda a olvidar el cáncer que le devora por dentro. Su vida sentimental no marcha mucho mejor que su salud y sus compañeros no pueden ocupar el lugar de una familia inexistente.

Henning Mankell es un excelente narrador, que transita de un capítulo a otro con enorme agilidad, impidiendo que decaiga la expectación. Sus personajes son perfectamente creíbles, pero Lindman se parece mucho a Wallander y no representa ninguna novedad. En ambos casos, se trata de hombres comunes, honestos y moderadamente valientes, con intuición y perspicacia, aunque sin el talento emocional que permite administrar los afectos. Su soledad es la soledad del hombre contemporáneo, que apenas consigue comunicarse con sus semejantes, pese a disponer de una tecnología avanzada que ha minimizado las barreras físicas.

Mankell no profundiza en el fenómeno del nazismo. No es suficiente alegar locura o perversidad para explicar unos hechos que marcan el inicio de una nueva concepción de la cultura. La chimenea de Auschwitz aún humea y sus víctimas no han cesado de interpelarnos. Es evidente que nadie puede discutir el talento narrativo de Mankell, pero las cualidades formales apenas logran disimular la escasa profundidad del análisis. Sin embargo, es imposible leer la novela sin apasionarse, sin experimentar esa sensación de peligro que asedia constantemente a sus protagonistas. Además, Mankell no se muestra complaciente con su país. Suecia es la nación donde el Estado de bienestar llegó a garantizar las máximas prestaciones, pero esa prosperidad no puede borrar la connivencia con el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial.

La ausencia del inspector Wallander circula por todo el relato. La nostalgia que afecta al lector familiarizado con el personaje, sólo evidencia el poder de la ficción. Wallander no es tan genial como Auguste Dupin o Sherlock Holmes ni tan brutal como Sam Spade, pero ya pertenece a ese linaje de personajes que parecen más reales que su propio creador.