Adiós, Hemingway
Leonardo Padura
2 marzo, 2006 01:00Hemingway en su casa cubana de Finca Vigía
Leonardo Padura (La Habana, 1955) publicó un ciclo titulado "Las Cuatro Estaciones", protagonizado por el policía Mario Conde, que integra las novelas: Pasado perfecto, Vientos de Cuaresma, Máscaras, escritas y editadas entre 1990 y 1997 y Paisaje de otoño.
Como en toda novela de esta clase se precisa un cadáver y éste aparecerá 40 años después del suicidio del novelista estadounidense en su casa de "Finca Vigía", hoy Archivo y Museo del escritor. La narración se mueve en dos tiempos que confluyen en el hallazgo de un cadáver en el jardín, enterrado por Hemingway y sus más íntimos colaboradores cubanos, pero no vamos a revelar su identidad ni las circunstancias para no defraudar a los amantes del género. Dos presentes se entrecruzan: el de los hechos, con un Hemingway aún vivo y el del presente narrativo. Sin embargo, la originalidad de la novela consiste en trazar un análisis agridulce del autor de El viejo y el mar, especialmente en sus últimos años, cuando vivió en Cuba.
Alguno de los personajes que aquí aparecen son, en efecto, supervivientes del último período hemingwayano, seres reales, a los que se entrevistó con objeto de desentrañar la compleja personalidad del premio Nobel. De otra parte, Padura utiliza la repetida figura de Mario Conde, que abandonará por unos días su actividad como intermediario entre las bibliotecas privadas cubanas y el mercado negro del libro (algo impensable ahora en España). Como la mayor parte de los héroes policíacos de ficción es un personaje plano, construido sobre soportes tan frágiles como su decepción ante la sociedad en la que vive, sus recuerdos de funcionario y su desmedida afición al ron. La excusa que ha de servir para conferir cierta dignidad a la novela es el retrato de Hemingway. Las opiniones de Conde serán las de Padura.
Desfilan por sus páginas Toribio, el criador de sus gallos de pelea; Calixto; el marinero Ruperto. Se nos ofrecen las claves biográficas de la mayor parte de sus novelas y relatos, de sobras conocidas y, muy difuminada, su vida familiar -- la finca de La Habana que compró en 1941; las dificultades sexuales en sus últimos años; Ava Gardner bañándose desnuda en su piscina cuando mantenía aún su vigor sexual. Se recuerdan sus dificultades con el FBI, la acusación de comunista que le acompañó desde la guerra de España, su afición taurina, su actividad aventurera antinazi, los lugares habaneros que frecuentó. Pero, ¿y el cadáver y la trama policíaca? Son la mera excusa para convertir un fragmento ensayístico y biográfico en novela. Ni que decir tiene que La Habana constituye el telón de fondo ideal para una historia donde el crimen es casi un accidente y Hemingway visto por Padura el verdadero argumento.