Novela

Lukumí

Alfredo Conde

23 marzo, 2006 01:00

Bruguera. Barcelona, 2006. 215 páginas, 14’50 euros

Según quejas periódicas, la producción de novela se halla en España en el límite mismo de saturar el mercado. Sin embargo, se fundan nuevas editoriales de narrativa y reaparece Bruguera. El retorno de éste que fue un sello de referencia de nuestras letras hace no mucho tiempo está marcado, en sus inicios, por una apuesta no muy arriesgada, como lo muestra el que acoja al veterano Alfredo Conde.

En su larga trayectoria como novelista, Conde ha escrito en gallego y en castellano, y en esta última lengua está su nuevo libro, Lukumí. De entrada, debe destacarse la voluntad de Conde de contar una historia original, algo meritorio en estos días repletos de magos y templarios repetidos con exasperante monotonía en nuestra novela. Lejos de edades pretéritas y de ambientes exóticos, el narrador gallego se interesa por la actualidad y tiene el coraje de meterse no en un presente cualquiera, sino en uno bien problemático y polémico, el de la experiencia del socialismo.

El libro lleva como título el nombre de un pueblo del áfrica negra. A la etnia lukumí, orgullosa de su independencia radical, pertenece por parte materna el protagonista y narrador de la novela, Esteban. Por el otro lado, el personaje tiene raíces gallegas. Su padre, de familia acomodada, se adhirió joven a los primeros pasos de la revolución castrista y en Cuba casó con una atractiva bailarina de cabaret. El mulato Esteban, con un innato instinto de supervivencia en un medio poco halagöeño, se beneficia de la cercanía al poder de un pariente, forma parte de los privilegiados que viajan a la Unión Soviética para hacer estudios superiores y, en un inesperado cambio de rumbo, se reúne con su familia española en Galicia.

Esta trama asocia dos modelos novelescos de forma bastante clara: tenemos un relato de maduración personal construido a partir de un antihéroe picaresco. Este planteamiento produce interesantes anécdotas referidas a varios aspectos: a las características psicológicas y a las peripecias del personaje, a las peculiaridades de sus raíces africanas (la santería que practica la abuela isleña) y al ambiente social y político de dos países gobernados por la ideología comunista. Todo ello proporciona una materia en sí misma curiosa, pero no se agota en su alcance costumbrista o en la finalidad de alimentar una novela de aventuras, que también lo es el libro. Ambos modelos tienden a ofrecer un sentido moralizador, y con este rumbo se orienta la anécdota total del libro.

En una primera instancia, Lukumí se muestra como un escrito satírico muy ácido contra la dictadura de Castro y contra el comunismo soviético. Más contra aquélla que contra esto, a tenor del espacio que la corrupción, la incompetencia y la opresión en uno y otro lugar ocupan en el argumento. Aunque, en el fondo, ambos regímenes quedan igualados. Sin descanso, Conde derrama ironías, acumula despropósitos y anota sectarismos con un propósito de denuncia. No ha de entenderse, sin embargo, la novela solo como un libelo anticomunista. El desenlace muestra la estafa y el tiburoneo empresariales y de este modo la censura abarca también a la sociedad capitalista, pero lo hace sin el necesario desarrollo para que se equilibre la balanza.

La novela ilustra, me parece, el siguiente mensaje global: los poderosos utilizan los medios a su alcance para su exclusivo beneficio y los débiles son víctimas de una usurpación. Podríamos hablar, pues, de una parábola del poder pensada desde una conciencia solidaria. Por eso la mirada de Conde, que hace sangre en los mandarines, tiende a ver a su protagonista con simpatía, con piedad. Además, tampoco adopta posturas redentoras: su historia se salda con algo parecido a una tranquila resignación. Al servicio de este pensamiento, si no muy positivo, sí de un realismo posibilista, pone una anécdota entretenida, algo convencional en su planteamiento y escrita en un castellano cuidadoso.