No es país para viejos
Cormac Mccarthy
8 febrero, 2007 01:00Cormac Mccarthy. Foto: Marion Ettlinger
La versión cinematográfica de Todos los hermosos caballos popularizó en España a uno de los autores más interesantes del panorama literario norteamericano actual, Cormac McCarthy (Providence, 1933). La novela resultó ser la primera entrega de la conocida "Trilogía de la frontera", que se completaría con En la frontera y Ciudades en la llanura. Ahora se nos presenta No es país para viejos, espacialmente enmarcada en el mismo territorio tejano que las anteriores pero temporalmente mucho más contemporánea, ya que la acción se desarrolla en los no tan lejanos años 80.Por otra parte, el escabroso argumento nos retrotrae a uno de sus títulos más representativos, Meridiano de sangre, de igual forma que aquel singular Judge Holden parece reencarnarse en un sanguinario Antón Chigurh, indudablemente el personaje más atractivo, desde el punto de vista literario, de la novela. Pero no es Chigurh el protagonista, sino Llewelyn Moss, un ex combatiente de Vietnam que accidentalmente se topa con una reyerta entre traficantes de drogas. Moss encuentra entre los cadáveres un buen alijo de droga y un maletín con más de dos millones de dólares; abandona la droga pero no puede sustraerse a la tentación de llevarse el dinero, y con él, todos los problemas del mundo. Es entonces cuando entran en juego otros dos personajes antagónicos, el asesino Chigurh, que va dejando un reguero de muertos a su paso -a fin de cuentas, "nadie que haya discutido siquiera con él ha vivido para contarlo. Todos están muertos. Chigurh es muy suyo." (pág. 123)-, y el sheriff Bell, el "viejo" aludido en el título, es esencialmente un buen hombre, un veterano de la II Guerra Mundial atormentado por los recuerdos, ya que "Se supone que fui un héroe de guerra y perdí un pelotón entero. Me condecoraron por eso. Ellos murieron y a mí me dieron una medalla" (pág. 155).
Es la propia voz del sheriff Bell la que escuchamos intercalada entre los distintos momentos argumentales. Nos detalla lo que ha sido su vida y lo que supone ser sheriff: en toda su vida nunca tuvo que matar a nadie en el cumplimiento de sus obligaciones y tan sólo uno de sus detenidos fue condenado a muerte. Cada una de sus reflexiones evoca fielmente el principio de que cualquier tiempo pasado fue mejor, pues el futuro, en un mundo dominado por las drogas, resultará insufrible: "Yo creo que si fuera Satanás y estuviera buscando algo que hiciera doblegar a la humanidad probablemente la respuesta sería las drogas. Satanás explica muchas cosas que de lo contrario no tienen ninguna explicación. O no la tiene para mí al menos" (pág. 172).
Otros dos personajes dignos de ser mencionados son Carla Jean y Carson Wells. La primera es la joven esposa de Moss, que se jugará literalmente la vida a cara y cruz en su encuentro con Chigurh; el segundo, un ex policía contratado por una de las bandas.El tradicional goticismo de McCarthy se ve ahora potenciado en el personaje de Chigurh (incluso el nombre parece evocar al malvado Chillinworth de La letra escarlata). La tradicional obsesión del autor por el mal, la muerte, y las posibilidades narrativas derivadas de ambos, adquieren una dimensión que algunos pudieran considerar excesiva. Tal es así que incluso pudiéramos pensar que nos encontramos ante una genuina novela detectivesca, aunque quien deba resolver el conflicto, el sheriff Bell, llegue a antojarse en los últimos pasajes conmovedor.
Más interesante llega a resultar el paisaje literario que paulatinamente se va conformando en la narrativa de Cormac McCarthy, y otros novelistas como el californiano Alejandro Morales: el de la frontera. Las posibilidades argumentales de este novedoso espacio narrativo se antojan ilimitadas. El suroeste de los Estados Unidos, desde Texas a California, y su correspondiente espacio mexicano ha llegado a convertirse en un microcosmos apasionante, con dinámica social propia, singular y distintiva.