Guillermo-Arriaga

Guillermo-Arriaga

Novela

Un dulce olor a muerte

31 mayo, 2007 02:00

Guillermo Arriaga

Belacqua. Barcelona, 2007 166 páginas, 16 euros

A quien no conozca en nuestro país al novelista mexicano Guillermo Arriaga bastará con recordarle películas como Babel, 21 gramos, o Los tres entierros de Melquíades Estrada para que deje de estar desconcertado, o como dicen en México, destanteado. Añadiremos ya, que este autor polifacético, con aspecto de duro cowboy, nacido en 1958, (que probó suerte en el boxeo, el fútbol o el baloncesto, y presume de que él y sus obras “tienen calle”), huye de fáciles etiquetas: pues no se reconoce siquiera escritor sino -como Delibes- “cazador que escribe”. Le disgusta también el término “guionista”, por más que ganara en ese apartado la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2005 y conozca de cerca Globos de Oro o nominaciones a los Óscar. Y es que Arriaga sólo elabora cuidadas novelas y relatos (los entregue al cine o a la pura, mera literatura).

Un dulce olor a muerte, esta vieja historia que ahora edita Belacqua (y que tuvo también su versión cinematográfica) es la narración de los acontecimientos que se precipitan en un apartado -y, en principio, pacífico- pueblo mexicano, Loma Grande, después de que una mañana aparezca en un cañaveral el cuerpo desnudo de una joven, Adela, asesinada. Tras el hallazgo, una serie de equívocos, confusiones y mentiras conformarán el paisaje de una rara venganza: todos darán por sentado que el adolescente Ramón Castaños era el novio de la chica y que sólo el itinerante Gitano puede ser el culpable: lo mismo da que ambos sean ajenos a las identidades y hechos que se les imputan.

Esta atmósfera inicial permitirá a Arriaga desplegar el único tipo de literatura que le interesa: la pura narración mucho más enraizada en la vida que en andaderas literarias: Arriaga se nutre de la acción, del duro paisaje, del habla coloquial (un tesoro de mexicanismos) de una comunidad tan dejada de la mano de Dios como las de Rulfo. Otra referencia sería la Crónica de una muerte anunciada de García Márquez, pues esta novela de Arriaga, escrita en fulgurantes capítulos, es la historia de un rumor creciente que revoluciona a un pueblo y que todos dan por bueno, de una afrenta y de una culpa (ficticias) que sólo pueden repararse mediante la venganza ciega de un “crimen equivocado” (p.105) y desembocar en la tragedia. Es el “juicio inobjetable” (p.98) de todo Loma Grande, esa conciencia global que sospecha, delibera, juzga y “da caza” al Gitano (Arriaga suele decir que todos sus personajes son, en cierta forma, cazadores).

Pero en Un dulce olor a muerte hay también un fresco, un mural de personajes superados y “fregados” por la dureza de sus vidas, por la pobreza en la que viven y la imposibilidad de nuevos comienzos. Así, de Gabriela se dice (en p. 106): “al igual que su abuela, quedó enquistada en el polvo, buscando inútilmente la palanca de reversa que le permitiera echar el tiempo atrás”. Aunque el lector encontrará en estas páginas tanta tragedia como sentido del humor: la vida misma. La querencia de Arriaga por el cine no le conduce a conformarse con vagos estereotipos: sorprende la definición y el acabado de sus personajes, incluso de aquellos que intervienen tan poco como el capitán de la policía rural. ¿Cómo es que al final llegamos a conocerlo tan bien?