Image: Malacara

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Novela

Malacara

Guillermo Fadanelli

13 marzo, 2008 01:00

Guillermo Fadanelli

Anagrama. Barcelona, 2008. 193 páginas. 20’90 euros

Cada vez que Guillermo Fadanelli (Ciudad de México, 1963) presenta una nueva novela, un cortometraje, una película larga, llega aureolado en una cultivada fama de autor maldito, desertor universitario, boxeador malogrado, noctámbulo bebedor que se pierde con su gorra en la cabeza por las tabernas del Berlín en el que vive... No me perdería yo en esta enumeración, si no tuviera que ver con Malacara. Es la historia de un cuarentón rico, Orlando Malacara, que vive encerrado en su apartamento del Distrito Federal, de espaldas a una ciudad amenazante y a un mundo que detesta. Sólo desea dos cosas en la vida: compartir su vivienda (y particularmente su cama) simultáneamente con las dos muchachas que ha amado y le han abandonado, y en segundo lugar (incomprensible pulsión para este reseñista): matar a alguien, a un don nadie, porque sí, al azar.

Fadanelli suele decir que la literatura mexicana se compone de islas dispersas donde cada uno sigue la corriente que le place. Se diría que, habiendo tantas donde elegir, es una lástima obstinarse, a los cuarenta y cuatro, en algo tan trillado y expoliado como el realismo sucio y una "trasgresión" inventada hace unos cuantos años, tantos casi como los del don Hilarión-Malacara que se debate entre dos hijas del pueblo de Madrid o del Distrito Federal. Lástima, porque Fadanelli está dotado para mirar el mundo, narrar y hacer observaciones interesantes: "Es inquietante pensar que han existido personas cuya muerte las sorprende sin saber si recibieron algo a cambio de sus esfuerzos" (p. 38), o "Mis padres me habían enviado a la escuela para sostener una guerra continuada con los hijos de otros hombres" (p. 24), o "Nuestra vida debería tener como más noble propósito ocultar nuestros poderes, sean éstos de la índole que sean" (p.21). Quizá el problema central sea de "elección de nivel": optar entre ser el ingenioso-mordaz Martin Amis, o brincar al alto vuelo literario de Ian McEwan. De poco sirve que Fadanelli adorne el texto con referencias a Diógenes, Aristóteles, Montaigne, Moratín, Heidegger y hasta Eugenio Trías. Al margen de los incomprensibles deseos del protagonista de estrangular cuellos, batear cabezas o disparar a las visitas con escopeta, hay en el libro afirmaciones más que discutibles como: "No hay en la tierra ninguna vida interesante" (p.55) o -sobre todo-: "No es correcto tener posiciones respecto a las drogas o cosas por el estilo" (p.178).

Lo que le sale finalmente a Fadanelli es la vida de un pícaro del siglo XXI. Y tal vez no pretendía más. Pero uno desearía que crecieran los niños terribles.