Image: El reparador

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Novela

El reparador

Bernard Malamud. Trad. J. Ferrer Aleu.

27 marzo, 2008 01:00

Sexto Piso. Madrid, 2008. 327 pp., 19 euros

Bernard Malamud (Nueva York, 1914 - 1986) no resulta tan conocido para los lectores españoles como Saul Bellow o Philip Roth, autores con quienes compone el triunvirato más interesante de la literatura judeo-americana de la segunda mitad del siglo XX. Tal vez El ayudante (157) y Las vidas de Dubin (1979) sean sus obras más mencionadas, pero El reparador, galardonada con el National Book Award y el Pulitzer, fue la que situó a Malamud en el olimpo de los grandes autores estadounidenses.

El reparador narra la vida de Yakov Bok, un judío ruso que tras ser abandonado por su infiel mujer decide abandonar su pueblo natal y marcharse a Kiev, pues se siente "un hombre lleno de deseos que no puedo satisfacer" (p. 20). Nos encontramos en los últimos años de la Rusia zarista y existe un claro senti-
miento antisemita. Ya en la capital, Yakov tiene la "fortuna" de ayudar a Nikolai, un empresario que le ofrece el puesto de encargado en su fábrica de ladrillos. Yakov acepta, pero como el empresario es miembro del grupo radical antisemita Las Centurias Negras, decide ocultar su origen semita. Todo parece irle bien, pues, aunque la hija de Nikolai intenta seducirle, logra prosperar y la fábrica de ladrillo comienza incluso a dar beneficios. El problema surge cuando un niño es brutalmente asesinado y la justicia rusa culpa a Yakov, de quien ya se conoce su verdadera identidad. El protagonista es encarcelado y todo -las acusaciones de la despechada hija de Nikolai y del antiguo encargado de la fábrica, e incluso de un cura ortodoxo que pormenoriza las atrocidades de los judíos para con los cristianos-, son indicios que apuntan a la "incuestionable" culpabilidad de Yakov. Sólo Bibikov, el juez de Causas de Extraordinaria Importancia, cree en su inocencia.

El argumento de El reparador recrea la verdadera historia de Mendel Beilis, un judio que en 1911 fue acusado de matar a un niño. El juicio fue seguido en toda Rusia con la misma expectación que los de Sacco y Vanzetti en Estados Unidos o el de Dreyfus en Francia. Desde un punto de vista literario no interesan los paralelismos históricos ni el mensaje político de la obra, sino la evolución del personaje de Yakov. Su desencanto religioso y político le hace abrazar una filosofía existencialista y pragmática. Finalmente, siente que "Algo ha cambiado dentro de mí... Tengo menos miedo, y más odio" (p. 312), y llega a la conclusión de que "Uno no puede permanecer sentado, presenciando su propia destrucción" (pp. 326-327).

Resulta interesante analizar tanto la evolución de Yakov como protagonista de la novela como el nuevo giro naturalista que supone esta obra. Indudablemente el fatalismo y determinismo presente desde los primeros compases no nos abandona en ningún momento, pero, a diferencia de Clyde Griffiths -en La tragedia americana de Dreiser-, con quien podríamos comparar a Yakov, éste intenta forjar su propio destino y en ningún momento desfallece; pues como él mismo reflexiona ante su primera prueba, "Si uno empieza a ocultarse, cada vez tiene que esconderse más." (p. 49).