Niños de tiza
David Torres
5 junio, 2008 02:00David Torres. Foto: Benito Pajares
Tras la buena acogida de su audaz continuación de la Odisea homérica en El mar en ruinas (2005), David Torres (Madrid, 1966) cambia el registro culturalista de su anterior texto, aunque manteniendo el mismo enfoque deformante y desmitificador, para componer un relato de intriga con genuinos ingredientes de la novela negra en Niños de tiza, en la cual reaparece como protagonista el personaje de Roberto Esteban, que vio la luz en El gran silencio (2003), finalista del premio Nadal. Niños de tiza es una novela que atrapa al lector desde su comienzo y mantiene su interés hasta el final, enganchado en una trama bien desarrollada, con hábil suspensión de la intriga, una prosa de suma eficacia narrativa en su elaborada sintonía con el ritmo del relato y unos diálogos ágiles, llenos de ingenio y cargados de malicia y doble sentido.El regreso de Roberto Esteban, retirado del boxeo y también del alcoholismo posterior a su derrota, al barrio madrileño de su infancia, San Blas, desencadena en el presente una trama criminal con varias muertes y crueles venganzas y ajustes de cuentas, a la vez que sus recuerdos del pasado van completando una personal re-
creación de su infancia en aquellas mismas calles. Pasado y presente se funden con naturalidad y fluidez en la mente del narrador y protagonista, poniendo en contraste sus experiencias de niño y adolescente en las postrimerías del franquismo y la transición política, allá por los años 70, y su andadura por los mismos lugares tan cambiados en la actualidad, con las expectativas de la frustrada candidatura olímpica de Madrid en 2005. Donde antes había pandillas de críos jugando al aire libre, bandas callejeras, jacos, yonquis y drogadictos, más algún cura rojo enfrentado al poder omnímodo del tardofranquismo hay ahora niños jugando tras las rejas de sus colegios, inmigrantes desamparados, una especulación urbanística con turbios tentáculos metidos de lleno en el crimen organizado y aceras despedazadas con cascotes removidos por máquinas excavadoras que perforan y entierran definitivamente aquel pasado muerto.
La investigación de los crímenes cometidos en el presente, más una muerte ocurrida en el pasado, y la misma trama de novela negra, con elementos de simetría compositiva en la presencia de una adolescente paralítica en los setenta y una viuda que desde su silla de ruedas dirige una constructora en el presente, incluyendo el parecido final violento de ambas, constituyen los pilares que sostienen la suspensión de la intriga y funcionan como trampolín que permite abordar problemas y situaciones de más largo alcance. Así Niños de tiza, más allá del consabido interés de una trama criminal bien planteada y resuelta con acierto, tiene mucho de novela de aprendizaje que recrea el acceso a la experiencia de una pandilla de niños y adolescentes de barrio pobre entre la grisalla del franquismo y los albores de la transición política. Y por ello también representa una elegía por la infancia perdida y un lamento por el futuro abortado, como se ve muy bien en el imponente peso del pasado en el trágico destino de todos, empezando por el narrador y protagonista y su fallida esperanza de reencauzar su vida con la mujer deseada desde su adolescencia y acabando por el sangriento final de sus antiguos amigos arrojados en el interior de una hormigonera.
Niños de tiza cuenta una historia dura que muestra la transformación de un barrio madrileño y de los modos de vida de sus gentes -tómese como una metonimia de la ciudad y del país- en dos tiempos que coinciden con la transición política y los comienzos del siglo XXI. Es una novela nada complaciente con el pasado ni con el presente, sin asomo de ninguna épica de la contestación antifranquista ni falsas edulcoraciones en la visión de los cambios operados en el presente. La mejor prueba está en la violencia del gitano Romero y en la crueldad que presidió la infancia del Chapas en su sanguinaria cacería de animales y la misma crueldad con que tortura como policía corrupto a sus víctimas, que ahora son personas.