Lecciones de ilusión
Pablo D’Ors
3 julio, 2008 02:00Pablo D’Ors. Foto: Archivo
El joven Lorenzo Bellini viaja a un manicomio situado en un paraje montañoso de Baviera. Se propone documentarse para su tesis doctoral sobre las relaciones entre creación artística y locura poniéndose en contacto con locos reales. Catorce meses después regresa a su ciudad, Trieste, sin haber escrito una sola página. A partir de tan mínima línea anecdótica, Lecciones de ilusión alcanza casi 700 páginas. Este rasgo externo -leve peripecia y extensión enorme- sugiere la clave de la ideación formal seguida por Pablo d’Ors (Madrid, 1963): ensartar abundante materia nutritiva en un delgado hilo.El marco enclaustrado y sin movimiento espacial o temporal de Lecciones de ilusión se compensa con otros alicientes: numerosas situaciones curiosas, un surtido ramillete de personajes notables y reiterados análisis y reflexiones. Al comienzo del libro, las reminiscencias de La montaña mágica de Thomas Mann son constantes. Según avanza el desarrollo del somero argumento, otro modelo se hace palpable, el Quijote -al fin y al cabo un viaje de ida y vuelta-, sobre todo por la sucesión de anécdotas sorprendentes. Estos dos grandes estímulos, que no débitos, ilustran la doble vertiente de la novela de d’Ors: narración repleta de discursividad imbricada en pasajes un tanto autónomos.
La novela somete a debate un variado conjunto de asuntos entre temas principales e ideas medio independientes: la cercanía de creación artística y alienación mental; los diversos perfiles de la cultura, forma de expresión de la soledad, "pequeña y gran eternidad" casi identificada con la enfermedad ("si es que son cosas distintas"); el amor, aventura y distracción de lo intelectual; el viaje, medio para alcanzar la sabiduría y saber quién somos; la identidad, la búsqueda del alma gemela y de nuestro doble en la historia del arte; los límites del expresarse ; las patologías específicas de los artistas (megalomanía en los narradores, obsesión en los pintores, histeria y compulsión erótica en los músicos); la vida como ocultamiento y el deseo de invisibilidad; la fugacidad, símbolo perfecto y condensado de la condición humana; la esencia de Europa; el éxito y el fracaso; la forja de un mundo alternativo por desinterés hacia el real; las dudas sobre la mismísima realidad de la existencia...
Y más y más opiniones, juicios curiosos y hasta ocurrencias en gran mezcolanza, pero casi siempre al amparo de una especie de leitmotiv superior que viene a ser la cervantina proximidad de vida y literatura. Esta proyección de la realidad en la fábula se explaya incluso en auténticas lecciones de teoría literaria y narrativa. Y todo ello se mete, a su vez, en una novela dentro de la novela, pues eso resulta ser el relato en primera persona del propio Lorenzo. Este narrador, desdoblado en "el estudiante", refiere la experiencia vivida en el sanatorio con la conciencia de ser autor y objeto de una novela, la misma que hemos leído, en la cual se hace bueno lo enunciado en el título: la ilusión es el motor de la creación y de la vida.
Esta profusa materia toma cuerpo en una inventiva galería de notables personajes: el Herr Direktor del sanatorio, padre de un sistema terapéutico basado en vincular las enfermedades mentales de sus pacientes con las de ilustres enfermos de la historia; el "corrector de estilo", el egocéntrico Dorp, 12 años empeñado en escribir y corregir su propia vida, con la que hace una enciclopedia de unas 5.000 páginas donde pone a prueba su poética de exaltar lo banal y prosaico; el "cartero imaginario" Kallmus, que inventa las cartas que reparte; Skarvada, novelista erótico a quien engaña su mujer...
éstas y otras felices invenciones más acogen, entre la observación, el fantaseamiento, la parábola y el absurdo, la excluyente temática de Lecciones de ilusión. Novela minoritaria, auténtica celebración de la literatura y de la creatividad, y que requiere un destinatario con amplia formación humanística para degustar muchas sutilezas culturalistas, resulta sin embargo de lectura nada ardua, y a ratos placentera y regocijante. La inventiva fecunda, el humorismo fino y la agudeza irónica producen un amplio efecto comunicativo, inseparable de una fuerte originalidad. Claro que 700 páginas son muchas páginas.